A todos, en mayor o menor medida, nos asusta o, al menos, nos impone, hablar a nuestros hijos del dolor, el sufrimiento humano y la muerte. Ahora bien, una cosa es cómo decidamos introducir estas realidades en las inocentes cabezas de nuestros niños y otra bien diferente es ocultárselo sin más, como si todo ello no existiera. En primer lugar porque antes o después, el dolor y el sufrimiento llamarán inevitablemente a su puerta. Quizás nuestros hijos tengan la fortuna de no haber conocido todavía un sufrimiento grande, pero hay muchos otros niños que conviven a diario con ello, acompañados por padres que aprenden a mostrarles el modo de soportarlo de la mejor manera posible. Es absurdo pretender que el dolor no exista para ellos, es absurdo contarles la vida de Jesús obviando deliberadamente la Cruz, que es el centro y el símbolo de la vida cristiana.
En segundo lugar, porque de hecho, ese dolor y ese sufrimiento no solo existen -independientemente de que lo queramos o no-, sino que son el único camino para la Resurrección. Sin la pasión y sin la muerte de Cristo no hay Resurrección. El camino hasta la vida eterna pasa por la Cruz. Como dice San Juan Pablo II en la Carta Apostólica Salvifici Doloris, "el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual".
"Cristo va hacia su pasión y muerte con toda la conciencia de la misión que ha de realizar de este modo. Precisamente por medio de este sufrimiento suyo hace posible «que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna» (...) Cristo se encamina hacia su propio sufrimiento, consciente de su fuerza salvífica".
Por lo tanto, no tiene ningún sentido hablar a los niños de la Resurrección de Cristo sin contarles primero que Él padeció y murió por nosotros, por nuestros pecados, para regalarnos la Vida.
Y, en tercer lugar, porque dice muy poco de nosotros mismos y de nuestro sentido cristiano de la vida. Hace unos días, una amiga que perdió a su hijo el pasado invierno me escribía: "es un misterio lo que el Señor nos pide a cada uno". El dolor es un misterio. Por eso nos cuesta entenderlo o aceptarlo. Sin embargo, la afirmación de esa madre muestra su confianza en Dios. No busca una explicación a ese dolor. Consciente de que el dolor, para los católicos, no solo no es algo malo, sino que es salvífico, lo acepta con amor, a pesar de no terminar de comprenderlo. Nuevamente, acudo a la explicación del santo Papa polaco:
"El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre. Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. Está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo".
De este modo, el sufrimiento humano, según explicaba aquel papa santo que dio testimonio en primera persona de estas palabras, el dolor es, paradójicamente, fuente de alegría: "la respuesta que llega mediante esta participación, a lo largo del camino del encuentro interior con el Maestro, es a su vez algo más que una mera respuesta abstracta a la pregunta acerca del significado del sufrimiento. Esta es, en efecto, ante todo una llamada. Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: « Sígueme », « Ven », toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual".
Evidentemente, quién es capaz de aceptar plenamente esta verdad es solo quién ha tenido, como dice el texto citado, un encuentro verdadero y profundo con Jesucristo. Para los que todavía estamos al principio de un largo recorrido hacia Él, nos basta con poner la fe en esta enorme realidad, y pedir la gracia de alcanzar ese encuentro que nos lleve a la aceptación, como esa madre heroica, de tan grande misterio. Si logramos transmitir esto a nuestros hijos, es altamente probable que se conviertan en personas mucho más fuertes, preparadas para la vida y, -aunque nos pueda costar creerlo-, felices, que si simplemente les ocultamos aquello que no nos gusta.