Los pobres carcas no aguantan que los católicos seamos más libres que ellos. Desde el momento que perciben que podemos utilizar esa libertad para pensar y decidir por nosotros mismos, les carcome la conciencia ultra y nos atacan sin piedad, intentando que estas agresiones nos hagan sentirnos mal y cambiemos de opinión. De esta forma tienen acogotados a los peperos que terminan por sentir la necesidad de arrimarse a los ultras, obnubilados por su supuesto progresismo, convirtiéndose en indigentes de votos carcas. Es cierto que los medios españoles están del lado de los carcas, que los utilizan a su antojo, manipulando gran parte de la sociedad, cada día más maleable. Pero no es menos cierto que no son capaces de manipular a todos; hay una porción amplia que les tiene calados y no se dejan amedrentar. Llevamos un par de días en los que los ultracarcas, envalentonados al pensar que ya le han pillado, se han abalanzado sobre Dívar y su conciencia católica. Afanados en demostrar que, aunque aparenten lo contrario, mantienen con vida alguna neurona, critican de manera histriónica a Dívar, “vendiendo” al personal que ha votado en contra de la constitucionalidad de la reforma de la ley del aborto porque es preso de ser católico. Pobrecillos ultracarcas. No saben que el “preso” Dívar es mucho más libre que cualquiera de ellos. Desconocen que si la constitución no defendiera la vida de cada personita todavía sin nacer, Dívar habría renunciado a la judicatura hace mucho tiempo. Y los ultracarcas no pueden con esto; es superior a sus fuerzas. Señores ultracarcas, sepan que volver a su ansiada cultura romana, en la que tenían al pueblo embrutecido para manejarlo, en la que el lobby sexual vivía a sus anchas, en la que, al no creer en Dios, creían en cualquier cosa, no les traerá un futuro muy halagüeño. ¿Recuerdan cómo terminó sus días ese imperio que anhelan y proclaman? Cristo es el Señor del mundo. Sólo Él vale la pena. Eduardo Palanca