– ¿Quién pagó los cafés?
– Yo, le respondí.
– Pues muy mal. Te planta dos veces, le insistes, le invitas a merendar… ¡sólo te faltó suplicarle!
Esa fue la primera vez que escuché que hay que evangelizar con dignidad.
Y el caso es que eso es justo lo que Cristo dice en el Evangelio: que evangelicemos con dignidad. Y si no, ¿qué quiere decir esta frase?:
"Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies” (San Mateo 10, 14).
Que esto no es una metáfora lo demostraron San Pablo y San Bernabé:
“Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio.” (Hechos de los apóstoles 13,52)
Esto por un lado, pero la cosa no acaba aquí, porque a veces hay que llegar hasta el extremo de ni siquiera intentar hablarles de Dios o, en su caso, dejar de hacerlo. Y si no, ¿qué significa la siguiente frase?:
«No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen» (San Mateo 7, 6).
Sólo falta comprobar con dos casos cómo el mismo Cristo evangelizó con dignidad:
- El Viernes Santo, el cínico Pilatos le pregunta: “¿Quién eres tú?”. Y Cristo responde: “Yo soy la Verdad”. Ante la oportunidad de convertirse, el procurador prefiere escurrirse diciendo: “¿Qué es la verdad?”. Y ante esa actitud Cristo calla, no dirigiendo en adelante la palabra al hombre que podía salvarle la vida.
- Luego al vicioso de Herodes y al hipócrita del Sumo Sacerdote no les dice ni una palabra. Sabía del retorcimiento de los dos y que era inútil nada con ellos y, así, guardó silencio dignamente incluso cuando se dirigieron a Él.
Los Tres Mosqueteros