La importancia de nuestros mayores, el respeto hacia ellos, la búsqueda de su consejo, el aprecio de su sabiduría, ha sido un elemento común en la generalidad de las culturas… hasta que llegó la nuestra. El avanzado Occidente evaluó el coste de sus pensiones y el gasto en sanidad pública, su adaptación a las nuevas tecnologías, su índice de productividad… y decidió que no eran eficientes, ni rentables. Y poco a poco fueron apartados y olvidados. Proliferaron las residencias, pues los hijos estaban demasiado atareados en ser, precisamente, productivos. Y se inventaron nuevas palabras como la eutanasia, para revestir de compasión los actos más crueles.
Y así malogramos la palabra del profeta: “vuestros ancianos soñarán sueños”. No, nuestros ancianos raramente sueñan. Ahora no es extraño que, su antaño sabio consejo, se torne en palabras contaminadas por el dominante pensamiento del beneficio propio. Y recomiendan a sus hijas que no le pasen la más mínima a sus maridos, y le den puerta a la primera de cambio. O que no tengan prisa en casarse, que disfruten de la vida. Y si se casan, que aguanten un tiempo sin hijos. ¡Y que tengan muy poquitos, uno, o como mucho dos, que la vida está muy mal! Que ahorren dinero, que vivan con las máximas comodidades posibles. Etc.
Lo dicen personas que en muchos casos se casaron con veinte y pocos años. Que han conservado su matrimonio, no exento de dificultades, toda una vida. Que llegaron a la vida porque sus padres, generosos, decidieron tener quizás cinco hijos. Padres abnegados que lo dieron generosamente todo por sus pequeños. Y lo dicen habiendo crecido con muy poco, con lo justo y necesario, pero siendo felices junto a sus hermanos, ésos con los que, aún hoy, comparten los avatares de sus vidas, y lo harán hasta el final. Lo dicen también con sus casas llenas de fotos de sus hijos, desde la comunión hasta sus bodas, que muestran orgullosos a quienes les visitan.
Yo les preguntaría, ¿de verdad les ha ido tan mal? ¿Están seguros de que desean para sus hijos unas vidas tan distintas a las suyas?
Necesitamos que nuestros mayores sueñen sueños. Que nos animen a no tener una vida timorata y egoísta, que nos impulsen al sacrificio, a la donación generosa, que nunca queda sin recompensa. Y así quizá podrá cumplirse el resto de la profecía, y nuestros jóvenes verán visiones…