Ante la Encíclica se ven comportamientos reverenciales que a veces llegan a ser ridículos, atribuyendo al Papa indicaciones que llevan décadas dando vueltas por el mundo. Como curiosidad, he leído a una persona que decía que a partir de ahora, toda parroquia tendría que crear una política medioambiental y normas de estricto cumplimiento para los fieles. Es decir, normas estrictas para el comportamiento social que contrastan con una indiferente laxitud en el campo Litúrgico. ¡Cuanta desorientación! Otros, por el contrario, se afanan en encontrar todo resquicio de duda y mala interpretación, con el objeto de desacreditar al Santo Padre. Si somos sinceros, es necesario reconocer que la inmensa mayoría de los católicos nunca leerá la Encíclica ni tendrá más noticias que los titulares de los grandes medios de comunicación. El “revuelo” mediático terminará en dos o tres de semanas y volveremos a la aparente aburrida “realidad” de nuestra vida cotidiana de fe. Esa vida que necesita del Señor como pilar fundamental para que el miedo y la ignorancia, desaparezcan.
Sus discípulos se le acercan, le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»... Oh bienaventurados, oh verdaderos discípulos de Dios, tenéis con vosotros al Señor, vuestro salvador y ¿teméis hundiros? La Vida está con vosotros ¿y os preocupáis por vuestra muerte? ¿Despertáis de su sueño a vuestro Creador que está junto a vosotros, como si no pudiera, incluso durmiendo, calmar las olas, parar la tempestad?
¿Qué responden a eso los discípulos amados? Somos como los niños pequeños, aún débiles. No somos todavía hombres valientes... Todavía no hemos visto la cruz, la pasión del Señor, su resurrección, su ascensión a los cielos, la venida del Espíritu Paráclito no nos ha hecho todavía fuertes... El Señor tiene razón cuando nos dice: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» ¿Por qué no tenéis fuerza? ¿Por qué esta falta de confianza? ¿Por qué sois tan temerosos cuando tenéis junto a vosotros aquél que es la Confianza? Aunque la muerte se os acercara, ¿no deberíais acogerla con gran constancia? Yo os daré la fuerza necesaria en todo lo que os pase: en todo peligro, en toda prueba e incluso cuando el alma salga de su cuerpo... Si en los peligros necesitáis mi fuerza para soportar cualquier contratiempo como hombres de fe, ¡cuanto más ésta os es necesaria para no sucumbir cuando se presenten las tentaciones de la vida!
¿Por qué os turbáis, hombres de poca fe? Sabéis que soy poderoso en la tierra, ¿por qué no creéis que lo soy también en el mar? Si me reconocéis como verdadero Dios y Creador de todo ¿por qué no creéis que tengo poder sobre todo aquello que he creado? «Se puso en pie, increpó al viento; el viento cesó y vino una gran calma.» (Antigua homilía griega atribuida a Orígenes)
Esta antigua homilía griega es estupenda para mostrar el comportamiento que tenemos los seres humanos, católicos inclusive. Ante algo que parece que nos desborda y que nos amenaza, nos damos cuenta de lo indefensos e impotentes que somos. Como dice la homilía: “Somos como los niños pequeños, aún débiles. No somos todavía hombres valientes... Todavía no hemos visto la cruz, la pasión del Señor, su resurrección, su ascensión a los cielos, la venida del Espíritu Paráclito no nos ha hecho todavía fuertes”.
Vienen los vientos que siembran los poderosos. Vientos que nos hablan de un futuro apocalíptico en donde sólo el ser humano, guiado por los líderes de turno, podrá salvarnos. No me cabe duda que nuestra inocencia irreflexiva nos lleva a crear las condiciones para que se produzcan catástrofes. Es necesario que tomemos conciencia de los peligros que conllevan seguir las impulsivas llamadas del marketing y empezar a fijarnos en Cristo. Pero, para que esto sea realmente efectivo, debemos de dejar de depender de los vientos que nos mueven de un lado a otros y confiar en el Señor. “¿Por qué no creéis que tengo poder sobre todo aquello que he creado?”.
El ser humano no puede “convertirse” a una Verdad diferente de Cristo, por lo que adherirnos a una u otra ideología no nos va a salvar. Cristo es el único que nos transforma y nos permite dejar que los vientos soplen sin que nos afecte en nuestra vida. Entre otras cosas, porque el miedo habrá dejado paso al conocimiento y el conocimiento al discernimiento. Así no nos asustarán con ruidos que desconocemos y actuaremos según la Voluntad de Dios. La única conversión y la única salvación provienen de Cristo. Los demás son falsos profetas que se dedican a utilizar nuestros miedos en su beneficio.
«Se puso en pie, increpó al viento; el viento cesó y vino una gran calma.»