Es muy fácil comprender que la antítesis de la virtud es el vicio. Nosotros si queremos caminar hacia Dios hemos de mantener una lucha que se conoce con el nombre de “lucha ascética”, la cual tiene por finalidad, tratar de erradicar los vicios y aumentar nuestras virtudes. El aumento del nivel de nuestra vida espiritual, se debate en esta lucha, ya que todos tenemos vicios que erradicar y virtudes que adquirir o fortalecer su es que ya las poseemos. La repetición continuada de una serie de actos, circunstancias o hechos en la vida humana, genera siempre una serie de fenómenos o reacciones negativas, tales como la rutina, la monotonía, el hábito negativo o vicio, la impaciencia o la apatía. Pero también se generan reacciones positivas, como la paciencia, la constancia, la fidelidad, el hábito positivo o la virtud, y la perseverancia. Es fácil de entender, la sucesiva repetición de actos de naturaleza negativa producen vicios y a sensu contrario la sucesiva repetición de actos positivos genera virtudes en la persona que los practique. El Papa León XIII manifestaba que: No existe ni puede existir virtud puramente pasiva. El acto es el que genera la virtud, y la actuación, es la antítesis de la pasividad. San Francisco de Sales, el dulce obispo de Ginebra, que no pudo residir en su diócesis, a causa de la virulencia protestante y tuvo que residir en la vecina ciudad, hoy francesa de Annecy, se ocupó mucho en sus escritos acerca del tema de la virtud. El, escribía en su libro “Tratado del amor a Dios”: Dios ha derramado en nuestras almas el germen de todas las virtudes; estas yacen cubiertas de tal modo por nuestra imperfección y debilidad, que apenas aparecen hasta que el vital calor de la caridad sagrada venga a animarlas y resucitarlas, produciendo por ellas, los actos de cada una. Las virtudes pueden ser de dos clases diferentes. Pueden ser virtudes naturales o adquiridas por la persona mediante la creación de un hábito positivo, estas son virtudes puramente humanas, como pueden ser por ejemplo: el agradecimiento, la comprensión, la resignación, la convivencia, la discreción, la fidelidad, la serenidad, etc… Las otras clases de virtudes son las llamadas infusas o sobrenaturales, que son las que Dios infunde en las potencias del alma para disponerla a obrar sobrenaturalmente. Esta clase de virtudes sobrenaturales, se dividen a su vez en dos clases: virtudes teologales, y virtudes cardinales. Las virtudes teologales, son tres: Fe, esperanza y caridad, entendida esta última, no como amor fraterno sino como amor al Señor. Según San Juan de la Cruz, lo que nos lanza hacia Dios, es primero creer, después esperar y siempre amarle. La carmelita Santa Teresa Benedicta de la Cruz –Edith Stein- escribía: “Las virtudes teologales tienen simbológicamente un color cada una y estos tres colores son: blanco, verde y rojo. La fe es una túnica interior de una blancura tan disgregada que levanta la vista de todo entendimiento. Y así yendo el alma vestida de la fe, no ve ni atina el demonio a empecerla. Sobre esta túnica blanca de la fe, lleva el alma el verde corpiño de la esperanza, y por la fuerza de esta virtud, el alma se arma y se libra del segundo enemigo que es el alma. Sobre el blanco y el verde para remate y perfección de esta librea, lleva el alma aquí el tercer color, que es una excelente toga colorada, símbolo del amor. Por medio de ella, no solo se ampara y encubre el tercer enemigo que es la carne, sino que se hacen válidas las demás virtudes, dándoles vigor y fuerza, para amparar al alma y gracia y donaire para agradar al amado con ellas”. Karol Wojtyla, después Juan Pablo II, en su tesis sobre San Juan de la Cruz, escribía: “El esquema de correspondencia, entre las virtudes teologales y las potencias del alma, se ajusta así: A la fe le corresponde el entendimiento; a la esperanza le corresponde la memoria; y a la caridad la voluntad. En cada virtud teologal debe de actuar la unión con Dios en la `potencia correspondiente. Las tres virtudes teologales, han de ser las que han de poner en perfección las tres potencias o capacidades del alma… Mediante las virtudes teologales cada potencia, es informada de modo sobrenatural según las exigencias de su propia entidad. El otro grupo de virtudes pertenecientes al orden sobrenatural, son las llamadas virtudes cardinales, por ser ellas cuatro, a saber: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. La Prudencia se define como la virtud que nos dispone para formar juicios rectos sobre lo que debemos o no debemos hacer en toda clase de circunstancias. Para describir a la Justicia tenemos la vieja definición romana: Suum cuique tribuere es decir, dar a cada uno lo suyo. Por su parte la Fortaleza es la virtud que nos capacita para hacer lo que es bueno y procedente, cueste lo que cueste. Y la templanza es la sobriedad que hemos tener en todas nuestras manifestaciones sean estas en razón de nuestra alimentación, en razón de la realización de nuestros deseos o en nuestras manifestaciones exteriores. Dice Hesiquio de Batos. Una primera forma de sobriedad consiste en vigilar estrechamente la imaginación, y la sugestión ya que satanás, es incapaz sin la imaginación, de formar los pensamientos para presentarlos al espíritu y abusa de él a través del engaño. Tenemos también otro pensamiento de otro Padre del desierto, Filoteo el Sinaíta, que dice: La sobriedad es la pequeña ventana por la cual Dios penetra para mostrarse al espíritu. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.