La terquedad no es más que la energía de los necios.
-R. Descuret-
Aunque hacía una mañana espléndida, Pedro no estaba para poesías. Me contaba algunos problemillas con sus padres y, según él, el verdadero problema no era el problema, sino su terquedad.
-Cuando me disparo, profe, no cedo aunque no tenga razón.
-Pues mira a ver, no vaya a ser que tenga razón Descuret: “La terquedad no es más que la energía de los necios”. No es muy cristiano ponerse burro, no ceder, no ser humilde, dejarse llevar de los impulsos y devorar al que tenemos enfrente, como el oso de San Romedio.
- ¿El oso de quién?
Cuenta Albino Luciani, Juan Pablo I, que siendo obispo, en una de sus visitas pastorales por los pueblos, al pasar por Sanzeno en el Val di Non, se acercó a ver el santuario de San Romedio. Le llamó la atención la estatua del oso domesticado, manso y conducido por el santo como si fuese una caballeriza. Se interesó por la estatua y le contaron la historia.
Dice la leyenda que a su vuelta de una peregrinación a Roma, Romedio se había detenido a descansar con los dos frailes que le acompañaban, mientras dejaron pacer libremente a sus caballos. Cuando llegó el momento del viaje, Romedio dijo a sus compañeros: “ Id a buscar los caballos mientras yo recojo todo esto”. Al poco rato los compañeros vuelven horrorizado porque un oso está devorando el caballo de Romedio. Este corre, lo ve y sin turbarse le dice:
-¿Tenías hambre, eh? No me parece mal que me comas el caballo, pero has de saber que yo no puedo volver a casa a pie. Hazme tú de caballo.
Dicho y hecho. Quita del caballo devorado la silla, el bocado, los arneses... y se los coloca al oso. Monta en él como si fuese la muía más pacífica del mundo y se ponen en camino hacia Trento.
Tan impresionado quedó el futuro Juan Pablo I de la historia que, mientras regresa en el coche, se le ocurrió la siguiente oración:
Señor, domestícame también a mí, hazme más servicial y menos oso.
- Qué, Pedro, ¿te dejarás domesticar por Dios?
- Lo intentaré, profe, pero... ¡tengo tanto de oso!