Llevamos año y medio viviendo, padeciendo, aguantando, una ficción. La que se deriva de un supuesto falso. Un supuesto que, nada menos, hacía al Papa promotor de un cambio doctrinal, moral y pastoral que implicaba romper no sólo con el magisterio de dos mil años de la Iglesia, sino con las enseñanzas del propio Cristo y de San Pablo. Con una enorme facilidad, la práctica totalidad ha asumido eso. Unos para criticarlo y otros para aplaudirlo. Con enorme facilidad se ha dado por supuesto que el Papa quería el cambio y que bastaba su deseo para que eso fuera posible. A los que nos hemos atrevido a decir que ese cambio no podía ni debía producirse, por la traición que supondría a Cristo y por la ruptura que se produciría en la Iglesia, nos han acusado de estar contra el Papa y de ser sus enemigos. Sólo Dios sabe lo que he tenido que sufrir durante este año y medio debido a esto, las acusaciones e insultos que he tenido que aguantar, algunas muy recientes.
Pero si no hemos sido muchos los que hemos salido en defensa del magisterio y de la palabra de Dios -los más, han aplaudido o han callado- somos muchos menos aún los que hemos dicho que todo era el resultado de un equívoco, de un punto de partida erróneo. La mayoría, repito, ha pensado que el Papa quería el cambio y algunos lo han aplaudido y otros lo han criticado. Pocos somos los que hemos dicho que eso no era verdad, que lo único que el Papa deseaba y desea es que se debata el asunto. En esto puede estar equivocado y será la historia quien lo juzgue y no yo. Pero de ahí a dar por supuesto que él quiere el cambio hay un abismo.
Quien ha aclarado las cosas ha sido precisamente quien contribuyó a oscurecerlas, el mismísimo cardenal Kasper. En una entrevista concedida a EWTN, ha negado por tres veces que el Papa le apoye en su petición de dar la comunión a los divorciados. El Papa, ha aclarado Kasper, quiere que se hable de ello pero eso no significa que quiera que se produzca.
Ante esta aclaración, que deja las cosas en su sitio y creo que debería servir para que pidieran perdón todos los que nos han estado insultando a los que defendíamos no sólo el magisterio sino al Papa, hay que plantearse dos cuestiones urgentes y graves. La primera, lo que va a pasar hacia dentro de la Iglesia. La segunda, lo que va a pasar hacia fuera.
Hacia dentro, lo que debería pasar es que los cardenales, obispos y sacerdotes que han dado por hecho que el Papa quiere el cambio, se den cuenta de su error. Algunos de ellos están por ese cambio y seguirán estándolo -llevan décadas así-, mientras que otros si lo han apoyado ha sido porque tienen muy mala formación teológica y creen que el Papa es el dueño del mensaje y puede cambiar lo que quiera y cuando quiera; espero que éstos, al darse cuenta de que el Papa no está por el cambio, dejen ellos de apoyarlo, en el Sínodo por ejemplo, o en sus diócesis y parroquias. Dios quiera que en los meses que faltan hasta el Sínodo, los ánimos se tranquilicen y la figura del Papa quiere fuera del debate.
Hacia afuera, lo que puede suceder es grave. El inteligente y valiente arzobispo de Philadelphia, monseñor Chaput, ha dibujado esta semana un posible panorama de futuro. Habrá muchos que se sentirán decepcionados si no se suprimen las normas morales, especialmente en materia sexual. Eso se traducirá en hostilidad contra la Iglesia, con una reacción parecida a lo que pasa cuando a alguien le has hecho creer que le vas a dar un regalo y luego no se lo das; la decepción y la agresividad son inevitables. Hay que estar preparados, pues, para los ataques que nos vendrán, especialmente en los países occidentales. Naturalmente que este precio, el de la persecución, es preferible pagarlo al otro, al de la traición a Cristo y a sus enseñanzas. Pero el precio habrá que pagarlo y como mucho tenemos un año para prepararnos.
Sinceramente, me alegra mucho decir en esta ocasión que yo tenía razón. Me alegra decir que el Papa no ha apoyado nunca ninguna herejía y que eso es justamente lo que yo he defendido desde el primer momento: que era una herejía y que el Papa no la apoyaba. Me gustaría que me pidieran perdón los que me han insultado y perseguido, pero eso ya depende de su honestidad intelectual y moral y no de mí. La historia suele hacer justicia poniendo a cada uno en su sitio, con nombres y apellidos.