Don Francisco Terrones del Caño, también conocido por Aguilar Terrones, que ocupó entre otros cargos el de confesor de Felipe II y obispo de Tuy y de León.

Sus padres, Lorenzo Terrones y Ana del Caño, vivieron en Andújar y tuvieron doce hijos entre hembras y varones. Dos de ellos, Antonio y Francisco, fueron sacerdotes y otros cuatro pertenecieron a diferentes órdenes religiosas: Juan, franciscano; Jerónimo2 y Eufrasio, agustinos, y Mauro, abrazó la Orden de San Benito. Otro hermano llamado Lorenzo ocupó el puesto de Oidor de Santa Fe en el Nuevo Reino de Granada.

Francisco nace en 1551 en la ciudad iliturgitana en el seno de una familia noble. Empezó sus estudios en la Universidad de Baeza y los siguió en la de Salamanca. En 1572 ingresó en el Colegio de Santa Catalina de Granada, ciudad en la que obtuvo una canonjía.

En 1582 fue a Madrid, como procurador de Iglesia, a las Cortes Eclesiásticas. Las brillantes intervenciones que tuvo en ellas llegaron a oídos de Felipe II y lo nombró su predicador. Durante su estancia en la corte le encomendaron sermones de gran importancia, interviniendo en las honras fúnebres que el monarca ofreció por el alma de su hija doña Catalina, duquesa de Saboya; así como en la misa que se celebró con motivo de la concesión de la Rosa de Oro, que el papa Clemente VIII otorgó a la infanta Isabel.

El monarca opinaba que don Francisco utilizaba el vocablo correcto para cada cosa y la infanta Isabel Clara Eugenia solía decir “Terrones, ni se cansa ni nos cansa”. Era tal su oratoria que sus coetáneos aseguraban que además de ser el predicador del rey, era el rey de los predicadores. Por eso no es de extrañar que el monarca, en el ocaso de su vida pidiera que predicara en sus aposentos privados solamente para él. En estas estancias, ya casi agonizante, le confió sus memorias “para que algún día puedan aprovechar a quienes han de venir después de nosotros”. Asimismo, cuando disponía sus últimas voluntades ordenó a su capellán mayor que, en el funeral que a su muerte le ofreciera su hijo, predicara el doctor Terrones. Como así ocurrió.

El 4 de junio de 1608 tomó posesión de la silla episcopal de León, sede en la que convocó un sínodo cada año. En el segundo de ellos suprimió muchas fiestas, con el beneplácito de todos, porque achacaban a su excesivo número el atraso que padecía la agricultura. También visitó los pueblos del territorio que tenía que administrar, aunque a causa de su enfermedad tuvo que interrumpir este menester. El 13 de marzo de 1613, cuando se encontraba de visita pastoral en Villalón, le sobrevino la muerte y fue enterrado como pobre en el convento agustino de Mansilla. Más tarde fueron trasladados sus restos al sepulcro que mandó hacer en la parroquia de San Bartolomé de Andújar donde descansa junto a seis de sus hermanos.

Descanse en paz.