Ya pasó un mes desde que recibí la ordenación diaconal. Lo primero que quiero hacer es expresarles un muy, muy sentido agradecimiento por tantas manifestaciones de aliento, cariño, amistad y fe reflejadas mediante las formas que Facebook y este blog posibilitan («me gusta», «compartir», mensajes directos, comentarios, etc.). Cuando publiqué las primeras cuatro fotos de la ordenación diaconal el pasado 2 de mayo muchos de ustedes se volcaron con gestos de aprecio y cercanía que me han conmovido mucho y que sólo puedo «pagarles» con mis oraciones y mi esfuerzo –con la gracia de Dios– por ser un hombre de Dios con todo lo que eso implica.
Ha pasado un mes de la ordenación diaconal. Durante este periodo he podido dar la bendición a un par de gemelos que por entonces estaban por nacer, asistir en algunas bendiciones con el Santísimo Sacramento y también he dado ya un par de homilías. Naturalmente uno sigue aprendiendo y equivocándose menos –en la medida de lo posible– por cuanto toca al desempeño de las funciones propias del diácono en la liturgia.
Todos los días rezo la «liturgia de las horas», algo prescriptivo y a lo que libremente nos comprometemos quienes pasamos al estado clerical. La «liturgia de las horas» es, por otra parte, la oración oficial de la Iglesia: la Iglesia que ora en sus ministros y que pide a Dios por todo su pueblo. Creo que nunca había rezado tanto y con tanta atención (rezamos laudes, oficio de lecturas, hora intermedia, vísperas y completas). Cada uno de esos momentos de oración hunde sus raíces en la manera como los monjes santificaban el tiempo. Históricamente hablando son los predecesores del reloj pues esas oraciones marcaban los ritmos del día.
En este mes muchas veces me he acordado especialmente de quienes han sido mis bienhechores tanto con sus oraciones como con el apoyo económico que recibí en el último periodo para conseguir muchos de las vestimentas y libros para uso en el culto. Al revestirme para asistir al sacerdote en la misa o al rezar la «liturgia de las horas», por ejemplo, les tengo presentes, me acuerdo que eso que uso para rendir dar gloria a Dios lo he recibido gracias a la generosidad de otros. A la compañía silenciosa de Jesucristo se suma la de las oraciones que muchos de ustedes ofrecen por mí y se los agradezco.
Sobre las fotos: el rito específico de la ordenación diaconal comienza inmediatamente después de la lectura del Evangelio, con la presentación de los candidatos. Estos son llamados por su nombre y responden «presente». De este modo son presentados al obispo que preside la misa de ordenación diaconal quien, a su vez, los acepta ahí públicamente.
A continuación los elegidos manifiestan en público el deseo libre de recibir la ordenación diaconal con lo que ella conlleva en cuanto obligaciones (ayudar con caridad y humildad al orden sacerdotal en el servicio al pueblo cristiano, anunciar el Evangelio, vivir el celibato como signo de la dedicación total a Jesucristo, el compromiso del rezo de la «liturgia de la horas» por la Iglesia y el mundo, obediencia a los obispos y a los propios superiores legítimos).
Después de asumir públicamente esos compromisos nos postramos en el suelo como signo de humildad, amor y donación a Dios que fue que nos eligió. Mientras tanto todas las personas cantaban las letanías de los santos pidiendo a ellos su intercesión por nosotros.
Posteriormente siguió la imposición de las manos por parte del obispo ordenante y la oración específica que «convierte» en diácono al que antes no lo era. Se trata del momento central de la ordenación pues con la invocación del Espíritu Santo que hace el obispo el elegido es constituido a partir de ese momento en ministro recibiendo formalmente el primer grado del sacramento del orden (los otros dos grados son sacerdocio y episcopado).
Momentos después, junto a mis compañeros, fui revestido con los ornamentos específicos de los diáconos: la estola y la dalmática. La estola apoyada sobre la espalda indica que el diácono recibe una nueva túnica de inmortalidad a la vez que recuerda que Jesucristo se ciñó una toalla para lavar los pies a sus discípulos durante la «última cena». La dalmática, que en el antiguo imperio romano servía para distinguir a los funcionarios reales que llevaban el mensaje del emperador a los pueblos simboliza en la Iglesia católica el servicio que los ministros debemos prestar como heraldos de la Palabra de Dios anunciando el Evangelio a todos los hombres.
Tras revestirnos con los ornamentos del diácono recibimos el libro del Evangelio. Con este gesto litúrgico se simboliza la estrecha y vital relación de los diáconos con la Palabra de Dios.
El rito de ordenación se concluye con el «abrazo de la paz» al obispo. Este gesto conclusivo quiere reflejar la caridad de Cristo y la comunión que debe reinar en las relaciones entre el pueblo de Dios.
El resto de la misa sigue como tradicionalmente la conocemos. Ojalá que esta sencilla explicación facilite comprender mejor los momentos recogidos en el material fotográfico que con inmensa gratitud he querido compartirles.
N.B.: El álbum fotográfico completo puede verse en este enlace: https://flic.kr/s/aHskegciqp.