Indudablemente, el nombre de “iglesia” a la comunidad surgida de su mensaje y ministerio se lo otorga el mismísimo Jesucristo, en un episodio que aunque recogen los tres sinópticos, Mateo reseña con gran originalidad, dotándolo de un significado (y de unas consecuencias) que no habría tenido de haber llegado a nuestros días sólo la versión de sus compañeros sinópticos Lucas y Marcos. Nos referimos al archiconocido episodio que reza como sigue:
“Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, [“Et ego dico tibi: Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam” en la Vulgata]
y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»”. (Mt. 16, 1319).
El mismo sobre el que se ha venido justificando la existencia de un papado. Curiosamente, y a pesar de la gran importancia que ha terminado adquiriendo en la Historia, el término “iglesia” no aparece ninguna otra vez en todo el Evangelio, ni, como hemos señalado ya, tampoco en las versiones que del mismo pasaje hacen Marcos y Lucas.
Sí aparece, en cambio, y bien profusamente, en la obra de Pablo, que utiliza la palabra en más de medio centenar de ocasiones, por lo que, como tantas otras cosas, es a su trabajo infatigable al que hay que reputar la definitiva adopción de la palabra para designar a la comunidad surgida del mensaje del Nazareno. Amén de Pablo, recoge el término una vez Santiago en la única Epístola salida de su pluma que conocemos. Y también Juan, que después de no haberlo hecho ni una vez en su Evangelio, la menciona tres veces en la Tercera de sus epístolas y una veintena en el Apocalipsis, si bien con variopinto significado, pues mientras en su Carta parece englobar en el término a toda la comunidad de creyentes, en el Apocalipsis lo hace para referirse a las distintas comunidades establecidas en cada ciudad. Algo parecido a lo que hace Lucas que después de no haber usado la palabra ni una vez en su evangelio, la utiliza en otra veintena de ocasiones en los Hechos de los Apóstoles.
Y bien, ¿cuál es el origen y significado de la palabra que adopta Jesús para denominar a la comunidad de sus seguidores?
La palabra iglesia proviene del latín ecclesia, que a su vez procede del griego ἐκκλησία transliterado “ekklēsía”, que no significa otra cosa que asamblea. Con tal significado de “asamblea” es utilizado en alguna ocasión en el Nuevo Testamento, como por ejemplo cuando dice “unos gritaban una cosa y otros otra. Había gran confusión en la asamblea [eklessia] y la mayoría no sabía para qué se habían reunido” (Hch. 19, 32).
En la Biblia de los Setenta, la traducción al griego del Antiguo Testamento a la que un día dedicaremos una entrada en esta columna, se la usa en su significado de asamblea en alguna ocasión, si bien la mayoría de las veces se la usa como traducción al griego del término hebreo “qahal”, la entera comunidad de los hijos de Israel desde el punto de vista religioso. En la Biblia se utiliza con parecido significado la palabra “‘êdah” que los traductores de Los Setenta traducen más bien por “synagoge”, que terminará dando nombre a la “iglesia” de los judíos, la sinagoga. En Proverbios 5, 14, ambos términos, “qahal” y “‘êdah” aparecen juntos, siendo traducido al griego como “en meso ekklesias kai synagoges”. En este proceso de separación de ambos términos, iglesia y sinagoga, nada tiene de particular que Santiago, el más judaizante de los apóstoles, obispo de la iglesia de Jerusalén se le escape un synagoge para designar a la asamblea de los que ya son cristianos:
“Supongamos que entra en vuestra asamblea [synagoge]
un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido; y entra también un pobre con un vestido andrajoso” (Stgo. 2, 2).
Por lo demás, desde un principio la palabra adquiere una doble significación según la mayor o menor amplitud que se dé al término. Tan Iglesia con mayúscula es la que compone la totalidad de los seguidores de Jesús doquier que se hallen, según se usa en el propio Mt. Que hemos visto arriba o en Ef. 1,22; Col. 1,18, como la “iglesia” con minúscula, la que compone cada comunidad en un territorio o localidad determinado, sentido en el que lo vemos citar en Apoc. 2,18; Rom. 16,4 o Hch. 9,31.
Todo lo cual, por otro lado, vale para la denominación que en las lenguas romance recibe la comunidad, iglesia en español, “eglise” en francés, “chiesa” en italiana, “igreja” en portugués, no en cambio para el que recibe en otros idiomas como notablemente en los de raigambre germánica, con términos como el inglés “church”, el alemán “Kirche”, el sueco “Kyrka”, etc. de origen totalmente diferente al que nos referiremos en otra ocasión.
Y bien amigos, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana seguimos con estas disquisiciones y con otras.
©L.A.
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