Nos encontramos en el domingo Vi después de Pascua. La liturgia comienza mirar hacia Pentecostés. La pascua del Espíritu Santo. Paráclito, que usa el Evangelio, significa: Defensor y Consolador. Ambos significados son preciosos están vivos en la vivencia personal y eclesial de la Iglesia.
Espíritu Defensor. Jesucristo había sido para los discípulos durante su vida histórica, Defensor y Consolador. Al desaparecer Jesús de su lado, necesitan otro Defensor y Consolador. El Espíritu Santo que hoy les promete. La historia de la Iglesia, especialmente en tiempos de persecución, ha sido acompañada por este Defensor maravilloso.
Los miembros del Sanedrín quedaban habitualmente desconcertados ante aquellos pescadores llenos del Espíritu Santo. Reconocían que eran hombres sin instrucción; estaban sorprendidos. Cuando deliberaron y les propusieron no hablar de Jesús, esta fue su contestación: “Pero Pedro y Juan les contestaron: < ¿Es justo ante Dios que os obedezcamos más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte, no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 19-20)
La propuesta que lo largo de la historia se ha condiiconado a los mártires de todos los tiempos ha sido: elegir entre la persona de Jesús y los ídolos del poder, el placer o el dinero. Su respuesta, ante los poderes de este mundo, siempre ha sido desconcertante. Era respuesta del Espíritu Santo Abogado Defensor.
Si nosotros, creyentes del siglo XXI no defendemos la persona de Jesús frente al poder, el placer y el dinero, Él no es lo más valioso para nosotros. Tenemos amistad con los enemigos de Dios que nos vuelve sosos y sombríos. No hay manera de que nos lleven a la cárcel por testimoniar a Jesucristo. Su AMOR no vale más que la vida. Tengo ganas de ir a la cárcel por amor a Jesucristo mi Señor. El espíritu santo me inspirará lo que tengo que decir. Es el mejor abogado de turno. “Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y a las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o en lo vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir” (Lc 12, 12)
El que me ama. Ante hechos, grandes o pequeños que nos apartan del amor de Dios, no digamos tranquilamente: Lo importante es el amor. Cuando el amor viene del Espíritu Santo nunca nos aparta de Cristo ni nos lleva al egoísmo ni al desamor por nuestros hermanos. Hoy mismo el Evangelio de San Juan nos lo dice con claridad: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14, 15). “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama (Jn 14, 21).
El amor, entre los se aman, tiene unas exigencias, unos mandamientos más rigurosos que todos los códigos inventados por los hombres. Si no se cumplen esos mandamientos, no se sienten amados. También el amor gratuito de Dios hacia nosotros, requiere una respuesta, si no el amor desaparece. Si el amor es verdadero, no puede caminar por libre. La vida de los verdaderos cristianos nos lo muestra.
Los mandamientos del Señor que se refieren al amor al prójimo están íntimamente unidos con el amor de Dios. El primer mandamiento está unido al segundo. De alguna manera el primero se verifica en el segundo.
No podemos concebir que un hijo diga que quiere mucho a su padre y no le haga caso y lo maltrate. El amor crece delicadeza entre los se aman. Cuando el Espíritu santo toma la dirección de un alma, afina su delicadeza para con Jesucristo y los hermanos hasta realidades increíbles. Son los santos.
Razón de nuestra esperanza. “Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y respeto (1 Pe 3, 15-16).
Las razones de la esperanza nacen de haber glorificado a Cristo. So testimoniales. La esperanza cristiana mira al encuentro definitivo con Jesucristo el Señor, después de pasar por este mundo. La pregunta a los cristianos debería ser esta: ¿Por qué vives así? La respuesta es sencilla, aunque no fácil: Por que Jesucristo ha Muerto y Resucitado por mí. En la carta a Diogneto, se describe así a los cristianos: “Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Aman a todos y todos los persiguen. Son maldecidos y bendicen. Hacen el bien y son castigados como malechores; y al ser castigados a muerte, se alegran como si les dieran la vida”.
Tenemos que instruirnos. Sin ser unos especialistas en Sagrada Escritura, en Teología, Moral o Derecho Canónico. La mayoría de los cristianos no tiene posibilidades para tanto. Los que podáis, no las despreciéis la ocasión. A mi entender, tres libros darán un base fuerte para edificar conferencias y charlas posteriores. Sagrada Escritura, Catecismo de la Iglesia Católica y Documentos Conciliares. Durante cuatro años expliqué el Catecismo en Radio María. me enriquecí muchísimo tanto en conocimientos como en vida de fe.
Una buena ama de familia no tiene que ser especialista en medicina, pedagogía, cocina etc. Tiene los conocimientos fundamentales. No podemos pedir a nuestros cristianos que sean doctores por Salamanca.
La Virgen Madre conocía muy bien la Escritura como lo demuestra en la Anunciación y sobre todo en el Magníficat. Porque siempre guardó la Palabra en el Corazón.
Cuidemos mucho los modos en la manifestación de nuestra fe. Con delicadeza y respeto.