Voluntarios de la ternura
Isabel Sánchez publica su segundo libro, Cuidarnos. En busca del equilibrio entre la autonomía y la vulnerabilidad, (Espasa, 2024, 203 págs.), en el que lanza un poderoso mensaje a los hombres y mujeres del siglo XXI: debemos aprender a cuidarnos para poder prepararnos para cuidar a los demás; y eso exige la búsqueda -o construcción- de un equilibrio razonable entre las exigencias de la autonomía personal y la conciencia de la personal vulnerabilidad. Cada uno somos único y con un potencial inmenso, pero a la vez somos vulnerables, dependientes de otros desde nuestro nacimiento y responsables de los demás.
Tras Mujeres brújula, publicado en plena pandemia, esta mujer que dirige el órgano de gobierno de la sección de mujeres del Opus Dei a nivel mundial y es -en consecuencia- la mano derecha del Prelado de esa institución para la dirección de las mujeres de la Obra, reflexiona en este libro sobre uno de los grandes retos de nuestra época: la necesidad del cuidado. Y lo hace a partir de la doble experiencia de la COVID y del cáncer que padeció. Por sus responsabilidades al frente de la Secretaria General del órgano de gobierno central de las mujeres de la Obra contempla la autora la vida de miles de mujeres en todo el mundo que intentan asumir una vocación de servicio mientras se esfuerzan por vivir un ideal de santidad en medio del mundo; y a la par vive la experiencia de una enfermedad grave como el cáncer en medio de una pandemia universal única como fue el COVID.
Esa polifacética experiencia vital mueve a Isabel Sánchez a escribir Cuidarnos, un libro que puede ayudar a todo lector a reflexionar sobre el sentido de la vida y la responsabilidad de cuidarse a uno mismo para poder cuidar a los demás. Por eso he titulado esta reseña con esa expresión tan motivadora de papa Francisco cuando nos propone a todos convertirnos en voluntarios de la ternura. Escribe Isabel Sánchez: “aterrizamos en el mundo gracias a múltiples y prolongados cuidados, muy pronto tendremos que cuidar a otros y habrá momentos del recorrido en que nos tendremos que dejar cuidar (…) ¿Tendrá una ley que obligarnos a cuidar unos de otros o podemos encontrar en nuestro interior una fuente ética natural que nos lleve a ponernos al servicio de los demás?” (pág. 16-17). Esta obra puede ayudar a todo lector a encontrar en su interior esa fuente interior que le ayude a ponerse en serio al servicio de los demás integrando en su personalidad esa dimensión de servicio.
La autora, a partir de su experiencia como enferma de cáncer, pone en valor no solo el cuidar sino el dejarse cuidar: “Sin otros, no puedo amarme ni llegar a ser yo mismo en mi mejor versión. Y mientras permito que me cuiden, proporciono las condiciones de posibilidad para que el otro desarrolle actitudes y habilidades nuevas y determinantes en su humanidad” (pág. 23). “Para aprender a cuidar, hay que aprender a mirar”; y para ello es necesario “universalizar una mirada cuidadosa como la única capaz de transformar eficazmente nuestra manera humana de estar en el mundo” (pág. 32).
Vivimos el cuidado de los hijos como algo natural, pero cómo nos cuesta a veces valorar ese cuidado cuando nosotros mismos -ya mayores, enfermos, dependientes- necesitamos que nos cuiden y no nos dejamos cuidar, privando así a quienes nos quieren de hacerse mejores cuidándonos. Por eso me parece muy acertado el acento de la autora al insistir en que debemos “conducir nuestra vida aprendiendo a manejar un juego de pedales entre autonomía y vulnerabilidad” (pág. 37). El pedal de la autonomía personal nos seduce y motiva, pero al de la personal vulnerabilidad y necesidad del cuidado ajeno nos resistimos causándonos así daño a nosotros mismos y a los demás. Esta es la lección vital que la autora nos muestra como en un plano deslizante a partir de su propia experiencia de enferma y su observación de nuestro mundo: “Está claro que nacemos, vivimos y morimos interdependientes, consecuencia de la corporalidad que define nuestra identidad y nuestro desarrollo (…) maduramos gracias a los demás, y los demás también crecen mientras nos ayudan a madurar” (pág. 93). Y propone “difundir viralmente una convicción: en las relaciones de cuidado ganamos todos porque llevan al florecimiento recíproco” (pág. 115).
El libro está trufado de las experiencias personales de la autora -la compra de su primera peluca, sus visitas a los hospitales para la quimio, etc- pero se eleva a reflexiones de amplio espectro sobre el cuidado en nuestra sociedad afrontando temas de calado como el aborto, la eutanasia, las crisis ecológicas o la relevancia de la familia para construir una sociedad del cuidado. En su brevedad, esta obra permite una consideración de miras grandes sobre la necesidad del cuidado engarzando lo más cotidiano con las grandes cuestiones de nuestra época. Y pone en valor la imprescindible aportación del cristianismo en la creación de la cultura que nos ha permitido plantearnos ser voluntarios de la ternura.
Benigno Blanco