Sin trabajo no hay placer
-Lacordaire-
Llevaba Pedro una racha de esas en las que a uno no le sale bien el trabajo, no rinde, no está a gusto
- Es que es un rollo, profe.
- Depende
- Sí., claro depende del trabajo
- No, depende de la actitud. Conozco a un caricaturista que no disfruta de su trabajo; siempre justifica su amargura con el misma razón ¡ Si yo fuera pintor! Pero tengo que dibujar estas tontería para comer...
Mientras se pierde en el “si yo fuera”, no sabe disfrutar del “yo soy”. En lugar de disfrutar haciendo bien lo que hace, se amarga en la chapuza que es consecuencia del desamor, de la indiferencia, de la tibieza. Deja que su espíritu se vaya lejos de la labor que realizan sus manos y esta dicotomía hace vil su oficio.
Muchas personas van a sus obligaciones como si fueran a trabajos forzados, arrastrados por la necesidad, aplastados por la obligación. Son personas que no aman su oficio independientemente de cuál sea éste. Y, sin embargo, el hombre se realiza cuando trabaja, porque estamos hechos para el trabajo lo mismo que estamos hechos para amar y respirar. Por eso, trabajar bien produce gozo, sea cual fuere el oficio.
Recuerdo una entrevista que le hizo la periodista Pilar Urbano a Narciso Yepes
- ¿Sabes quién es Narciso Yepes?
- Pues, no
- Un guitarritas español de fama internacional que inventó la guitarra de 12 cuerdas.
- ¿Y?
- Pues que es un ejemplo de cómo el trabajo dignifica a la persona
- Cuente, cuente
Le preguntó Pilar cómo hacía para disfrutar con su trabajo; Narciso le respondió
- Cuando doy un concierto, sea en un gran teatro, sea en un auditórium palaciego, o en un monasterio, o . . . tocando solo para el Papa, como hice una vez en Roma ante Juan Pablo II, el instante más emotivo y más feliz para mí es ese momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar. Entonces sé que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas. Pero yo no sólo busco el aplauso, sino que, cuando me lo dan, siempre me sorprende. . . ¡se me olvida que al final de concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo más casi siempre, para quién realmente toco es para Dios... He dicho “casi siempre” porque hay veces en que , por mi culpa, en pleno concierto puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo, sí.
- Y . . . ¿a Dios le gusta su música?, preguntó Pilar
- ¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte. . ., mi trabajo. Y, además, ciertamente tocar un instrumento lo mejor que uno sabe, y ser consciente de la presencia de Dios, es una forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado.
- ¿No es fantástico trabajar así, Pedro?
- Me encanta, profe.