La “Oración de Jesús” que también se suele llamar “la Oración del Corazón”, es una oración de origen oriental que impacta por su sencillez y su profundidad. Es una oración se basa en el las escrituras, la encontramos en Lc 18:13, donde se formula de la siguiente forma:”Jesús Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”.
Se llama oración del corazón porque puede ser rezada desde la centralidad de nuestro ser. El corazón es el centro, el ser que Dios nos ha donado. Muchas veces confundimos el corazón con el sentimiento, pero esta deformación parte del siglo XIX en el que el romanticismo propuso erróneamente que lo único verdadero del ser humano es el sentimiento. La realidad es que el corazón del ser humano es emotivo, pero también es cognitivo y volitivo. En el corazón somos de forma plena o de forma parcial.
Orar con el corazón es hablar a Dios desde todo lo que somos sin resquicio oculto alguno. No vale dejarnos un trocito escondido de nosotros, que tenga reservas de darse a Dios.
Cuando pedimos al Señor que tenga piedad de nosotros, estamos mostrando que nada somos sin Él y nada podemos sin Él. Nos reconocemos necesitados de sentido por nosotros mismos. Nos reconocemos limitados e imperfectos. Esta imperfección la dejamos clara cuando reconocemos que somos pecadores. Nuestra naturaleza no sólo es limitada, sino que ha sido distorsionada, herida, por el pecado.
La oración del corazón se suele rezar de forma continua, buscando anonadarnos. Es decir, intentando que todo lo que haya fuera de nosotros deje de distraernos. Sólo estamos nosotros y el Señor. Nada se interpone entre nuestro ser y el Ser de Dios. Igual que el ciego que llamó a gritos al Señor, nos da igual que nos manden callar o que otras personas piensen que estamos fuera de lugar. Lo importante es que el Señor nos oiga y que una sola palabra suya sane nuestro vacío.
Nos presentamos ante el Señor de forma muy diferente al Joven Rico, cuyo sentimiento y conocimiento estaba con el Señor, pero era incapaz de actuar dejando todo lo que tenía, para seguirlo. Las riquezas eran grilletes que ataban sus pies y el impedían dar el paso hacia Cristo. Andar hacia Cristo conlleva perder nuestra aparente vida, para ganar la verdadera vida, el verdadero sentido que Cristo nos regala.
En estos tiempos llenos de riquezas vacías y de soberbias aparentes, nadie desea mostrarse indefenso e incapaz. Todos procuramos hincharnos para parecer más de lo que realmente somos. Todos buscamos apariencias que simulen lo que no somos y que disimulen lo que no queremos que otros sepan de nosotros. La oración del corazón es una luz que se abre y nos conduce directamente ante el Señor. En ese sentido, es una herramienta sagrada que nos permite establecer comunicación con Cristo.
En cierta forma, la oración del corazón nos acerca a la Virgen María, que en la Anunciación aceptó el plan de Dios con esperanza y libertad. Es imprescindible orar en lugar del sacrificio, es decir, en el lugar donde aceptamos la Voluntad de Dios que nos santifica.
¿Dónde crees que se ofrece el sacrificio de justicia sino en el templo de la mente y en lo interior del corazón? Y en el lugar del sacrificio, allí se ha de orar (San Agustín. El Maestro, 2).