“No ha de haber dentro de ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que practique la adivinación, las astrología, la hechicería o la magia, ningún encantador, ni quien consulte espectros o adivinos, ni evocador de muertos. Porque todo el que hace estas cosas es una abominación para Yahvé, tu Dios, y por causa de estas abominaciones desaloja Yahvé, tu Dios, a esas naciones a tu llegada” (Deuteronomio 18:10)
La superstición
Superstición es la creencia en que un determinado fenómeno o situación tiene una explicación mística, mágica o simplemente es asumida cultural o socialmente, sin ningún tipo de demostración científica.
Etimológicamente la palabra superstición corresponde al verbo latino super-stare, que significa permanecer sobre, aunque para los romanos tenía el sentido figurado de ser testigo o de sobrevivir. Marco Tulio Cicerón, jurista y filósofo romano (106 a.C. al 43 a.C.), denominaba supersticiosos a quienes rezaban u ofrecían sacrificios todos los días para que sus hijos les sobrevivieran (De natura deorum II, 72). Y según el eclesiástico católico español Isidoro de Sevilla (556 al 636 d.C.) la palabra superstición subyacía en la idea de trascender y perpetuarse a través de la realización constante de rituales (Etimologías u Orígenes).
Por otra parte, en la antigua Roma los adivinos eran calificados frecuentemente como ‘superstitiosus’, lo que en sí mismo no habría constituido una valoración necesariamente peyorativa, aunque en ocasiones sí se dio un sentido desfavorable a la palabra y las acciones que designaba, entendidas como una manifestación exagerada de religiosidad, y por lo tanto superflua y desordenada.
Esta idea resulta más comprensible si se considera que religio, o sea religión, significaba precisamente lo contrario para los romanos. Según el mismo Cicerón, la palabra religio proviene de relegere, que significa reagrupar u ordenar. Por lo mismo, dentro de la preocupación romana de realizar el culto dentro de normas rígidas o exageradas, como hacer sacrificios diariamente, podía llegar a ser entendido como un defecto. Para los romanos el supersticioso podía llegar a ser o bien un impostor, o una persona afectadamente religiosa.
Las supersticiones no fundamentadas o que están asentadas de manera irracional en el ser humano, pueden estar basadas en tradiciones populares, normalmente relacionadas con ideas mágicas. El supersticioso cree que ciertas acciones, voluntarias o no, tales como ensalmos, conjuros, hechizos, maldiciones u otros rituales, pueden influir de manera trascendental en su vida.
Se consideran supersticiones aquellas disciplinas que la comunidad científica denomina pseudociencias, tales como:
Adivinación: Predecir hechos venideros. Alquimia: Proceso usado para transformar plomo u otros elementos en oro. Es también la de la búsqueda de la piedra filosofal, con la que se era capaz de lograr la habilidad para transmutar oro o la vida eterna. Astrología: Predecir el destino de las personas mediante la observación de los astros. Cartomancia y Tarot: Adivinación por medio de una baraja especial de naipes. Curanderismo: Práctica de curar enfermedades y maleficios.
Espiritismo: Trata la naturaleza, origen y destino de los espíritus y sus relaciones con el mundo corporal. Feng-shui Sistema chino de estética que pretende utilizar las leyes de la astronomía y la geografía para ayudar a mejorar la vida por medio de influencias supuestamente positivas.
Geomancia: Creencia de que los flujos energéticos cosmotelúricos influyen sobre la vida de las personas. Magia Ciencia oculta mediante la cual se cree poder producir resultados contrarios a las leyes naturales conocidas. Nigromancia Práctica de la adivinación del futuro de una persona evocando a los muertos. Quiromancia Adivinación a través de la lectura de las líneas de la mano.
Asimismo es superstición el hecho de llevar amuletos o símbolos totalmente contrarios a la religión cristiana lo cual, desgraciadamente, es habitual incluso en muchas personas que dicen ser cristianas y que asisten puntualmente a las celebraciones religiosas, quienes en muchos casos los llevan por desconocimiento de su significado real.
Lo que distingue a las supersticiones de la sabiduría y del sentido común es cuando en las supersticiones se afirma una relación causal entre los acontecimientos debido a fuerzas supra normales, cuya manera de proceder es contraria a la razón y que, supuestamente, afectan al destino de la persona, tales como los astros, los ritos mágicos, los espíritus, etc.
Superstición y religión
Toda religión presupone que conlleva una fe que es, en el fondo, una búsqueda de Dios, lo cual conlleva también un culto que se realiza de una forma adecuada a la naturaleza del hombre, en base a la alabanza y adoración a Dios.
La Carta a los Hebreos nos da una definición de lo que es la fe: “La fe es la garantía de lo que se espera; la prueba de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Con ello vemos y comprobamos que la fe es un acto de adhesión sincera del hombre a Dios, lo cual debemos confirmar por medio de nuestra actuación cristiana, en la cual no caben las creencias supersticiosas.
En la praxis o práctica religiosa concretada en cada religión, a veces resulta difícil establecer una clara línea divisoria entre las verdaderas creencias y la superstición y por ello, con frecuencia, las encontramos a veces mezcladas entre sí. De ahí que surja la necesidad de establecer un determinado y claro criterio de demarcación entre fe y religión.
Por lo general podemos aseverar que una creencia es supersticiosa cuando se funda más en el temor y la ignorancia que en la fe, por lo que la superstición se convierte en una forma de alineación o deformación religiosa. Idolatría, magia y superstición son tendencias que están presentes en todos los tiempos, desde la antigüedad hasta el presente. El hombre sin verdadera fe pretende exorcizar sus miedos a través de un conjunto de rituales o cábalas. Mientras que el acto auténticamente religioso supone la confianza total en Dios y en sus designios, la superstición es manifestación de inseguridad y desconfianza en Dios. La superstición representa en cierta manera una perversión, por exceso, de la religión. En cambio la irreligión o falta de religión es un vicio opuesto por defecto a la virtud de la religión.
El hombre de fe recurre a Dios para vencer sus miedos e incertidumbres; el hombre supersticioso recurre a la magia en búsqueda de una inexistente seguridad. Toda superstición carece de racionalidad y de fundamento científico y son precisamente la expresión de esos miedos existenciales los que acechan al hombre.
El cristianismo prohíbe toda forma de superstición, adivinación, magia, espiritismo y hechicería, invitando al creyente a reafirmar su fe en el único Dios verdadero y a confiar completamente en El. Hacer lo contrario significa abrirle la puerta de nuestra vida al demonio y a sus creencias, totalmente opuestas a las de Dios. Nuestra fe y esperanza en el Señor deben ser suficientes para vencer el miedo, la angustia y la incertidumbre ante el futuro. Debemos buscar las respuestas en la Palabra de Dios, meditándola asiduamente.
La fe y la superstición
La diferencia entre superstición y fe religiosa estriba, en primer lugar, en la manera de comprender globalmente la realidad. En la superstición la fuerza anti natural que actúa es arbitraria y disgregada o separada de las demás, mientras que la religión tiene un sistema teológico organizado que afirma la existencia de un ser superior que actúa en el todo. En segundo lugar, la religión conlleva espiritualidad y moral cristiana, mientras que en la superstición sólo se condiciona la actuación del individuo hacia la adquisición o pérdida de la suerte o la desgracia. Desde esta perspectiva se comprende que la superstición es una creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón (Diccionario de la Real Academia Española).
La superstición no tiene por objeto el conocimiento de la realidad que yace tras dicha creencia. Su objeto es mantenerse alerta en las situaciones diarias para evitar o incidir en las acciones que conducen de modo oportuno a la base de la creencia. En cambio la religión tiene por objeto adquirir la gracia de Dios a base de cumplir los mandamientos y rechazar aquello que su credo marca como prohibido.
Evolución del concepto cristiano de superstición
En las primeras versiones en latín del Nuevo Testamento cristiano se utiliza sólo tres veces la palabra superstición, y siempre bajo la definición romana.
1. Pablo de Tarso alaba a los atenienses, sin un sentido peyorativo o desfavorable, por tener un altar reservado al Dios desconocido. Entonces, refiriéndose a que son extraordinariamente religiosos, les calificó de quasi supertitiores, o casi supersticiosos al decirles: “Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos, he encontrado también un altar en el que está grabada esta inscripción: ‘Al Dios desconocido”. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar” (Hechos 17:22-23).
2. Los judíos acusan a Pablo de Tarso de supersticioso, en un sentido literal y ambiguo, por creer que Jesús está vivo, siendo que ya había fallecido: “Solamente tenían contra él unas discusiones sobre su propia religión y sobre un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive” (Hechos 25:19).
3. Pablo de Tarso exhorta a sus oyentes a abandonar el formalismo del ritual judío, refiriéndose a que se trata de una manera afectada de religiosidad, y así no caer in supertitione o en la superstición: “Tales cosas tienen una apariencia de sabiduría por su piedad afectada, sus mortificaciones y su rigor con el cuerpo, pero sin valor alguno contra la insolencia de la carne” (Colosenses 2:23).
Pero después de mucho tiempo, incluso siglos, los cristianos comenzaron a modificar el sentido de la palabra superstición. En el siglo III, Lucio Cecilio Firmiano Lactancio, escritor y apologista cristiano (245 al 325 d.C.) refutó las etimologías clásicas de Cicerón, buscando interpretaciones más útiles desde el punto de vista cristiano. Para él, religio ya no provenía de relegere (reagrupar o reordenar), sino de religare (volver a unir), lo cual resultaba muy de acuerdo con el sentido mesiánico y salvífico del cristianismo, que proclama una nueva alianza entre Dios y el ser humano. El cristianismo era, entonces, para Lactancio, una religión.
Siguiendo con esta línea argumentativa, el mismo Lactancio cambia el significado etimológico de supertitio y lo asimila a idolatría y culto equivocado: “Los supersticiosos no son aquellos que esperan que sus hijos les sobrevivan –eso lo esperamos todos-, sino quienes veneran la memoria de los difuntos para que sobreviva a ellos, o aquellos que mediante imágenes de sus padres rinden culto como lo hacen a sus dioses protectores, los penates” (Lactancio: Institutiones divinae). Para Lactancio, entonces, religión era igual a culto verdadero, mientras que superstición era un falso culto.
En el siglo IV Agustín de Hipona (354 al 430 d.C.) volvió a modificar la explicación del significado etimológico de supertitio, buscando establecer un nuevo concepto más acorde con su época histórica. Para él las supersticiones eran las supervivencias de la idolatría pagana que subsistían tras el triunfo político y espiritual del cristianismo, producto de la conversión de Constantino el Grande: “Es supersticioso todo aquello instituido por los hombres para crear ídolos y venerarlos, o rendir culto a una criatura o parte de una criatura como si se tratase de Dios, o para consultar a los demonios y sellar a través de ciertos pactos o acuerdos una comunicación con ellos” (Agustín de Hipona: De doctrina christianae).
De esas afirmaciones, que fueron retomadas por Tomás de Aquino (1224 al 1274 d.C.), proviene el concepto cristiano de superstición vigente durante los siglos siguientes, y aún hasta el presente. Ello puede resumirse en dos afirmaciones: Toda creencia sobrenatural ajena al cristianismo, es superstición. La superstición es una manera de relacionarse con el demonio.
La nueva definición se extendió rápidamente y ya en el siglo V aparecieron nuevos textos eclesiásticos con dichas definiciones.
Conclusión
Primer mandamiento: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27)
En nuestra tecnificada sociedad la falta de fe lleva a que cada vez haya más personas supersticiosas. La superstición está totalmente en contra del Primer Mandamiento y de su significado, porque atribuye a personas o cosas creadas unos poderes que sólo pertenecen a Dios. La omnipotencia, que sólo a Él corresponde, se atribuye falsamente a una de sus creaturas. Debemos ser conscientes de que todo lo que ocurre proviene de Dios, no de un objeto o de los consejos de un curandero, y tampoco de las supuestas experiencias de un espiritista. Nada malo sucede si Dios no lo permite, y todo lo que ocurre en nuestra vida es para nuestro propio bien, para que de algún modo ello contribuya a nuestra salvación eterna.
En resumen, es preciso que nuestra valoración moral esté hoy más atenta que nunca a la complejidad antropológica en cuanto a fenómenos que puedan llegar a confundirnos acerca de lo que es o no es supersticioso. El cometido de la valoración ética se abre a nuevas exigencias que sepan conjugar sabia y pacientemente en el hoy, en espíritu y en verdad, fidelidad a Dios dentro de la irrenunciable prioridad de los valores evangélicos de la justicia y de la misericordia.
Y jamás olvidemos que debemos ser sinceros con la fe que decimos profesar, ya que solamente la fe en Dios nos librará de cualquier tipo de superstición.