Este próximo día 8 de junio se ha convocado una jornada de oración para la paz. Se ha utilizado un el día en que el Papa Francisco plantó un árbol junto con los presidentes de Israel, la Autoridad Palestina y el Patriarca ortodoxo de Jerusalén. El día y el signo de la siembra del árbol es lo de menos, ya que podríamos mezclar indebidamente las incoherencias de las apariencias políticas con la Paz que tanto necesitamos y tan lejos vemos. En la carta de convocatoria se indica lo siguiente:
“La Acción Católica Argentina, junto a la Comisión Nacional de Justicia y Paz y el Departamento de Laicos, entre otras asociaciones nacionales e internacionales, en comunión con la Conferencia Episcopal Argentina, promueven nuevamente UN MINUTO POR LA PAZ para el lunes 8 de junio próximo.
La intención es que ese día, a las 13h, cada persona detenga sus actividades cotidianas, y dedique un minuto a reflexionar, a rezar y a comprometerse por la paz en todo el mundo, cada uno según su propia tradición. En el lugar donde esté, solo o acompañado, en la calle o en el templo, en su casa, en familia, en la escuela, en el trabajo, en la fábrica, en el campo, en el barrio, en la universidad”
Como indica la nota: “se trata de reflexionar, rezar y comprometerse por la paz en el mundo, cada cual según su tradición”, por lo que utilizaré un texto de San Agustín para discernir y enfocar qué paz es la que pedimos desde el cristianismo. Existen muchos tipos de paz, pero una sola es la que los cristianos contemplamos. La Paz de Cristo, que es Cristo mismo que se dona a nosotros: “La paz os dejo, Mi Paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14, 27). La Paz de Cristo no es la paz de la indiferencia y el desafecto. No es la paz de la tolerancia ni de la ignorancia mutua. Es la paz de la plenitud y la unidad. Es la Paz que incendia el mundo (Lc 12,49) al dar testimonio de la Verdad:
Y ¿qué otra cosa viene a ser la frase que añadió el Señor, diciendo: Yo no os la doy como la da el mundo, sino que yo no os la doy como la dan los hombres que aman el mundo? Estos se dan la paz para poder gozar, no de Dios, sino del mundo sin las incomodidades de los pleitos y de las guerras; y cuando dan paz a los justos, cesando de perseguirlos, no puede ser una paz verdadera, porque están desunidos los corazones. Pues, así como se llama consorte a aquel que une a otro su suerte, del mismo modo se llama concorde al que tiene el corazón unido a otro. Y nosotros, carísimos, a quienes Cristo deja la paz, y da su paz, no como la da el mundo, sino como la da El que hizo el mundo, para tener concordia, unamos nuestros corazones en un solo y levantémoslos al cielo para que no se corrompan en la tierra. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan 77, 5)
Es fácil clamar y reclamar la paz política y/o social. Ciertamente con bienes parciales que sólo se pueden sostener de forma momentánea, ya que no parten de la conversión personal. La paz del mundo es una utopía que siempre termina en una de muchas posibles distopías. Todas ellas parten de un vencedor: el mundo, que se impone a cualquier atisbo de disidencia real y disonancia con sus objetivos. La paz del mundo implica aceptar que nada es absoluto y que Dios no está nuestro lado. La armonía del silencio y la unidad de la indiferencia se adueñarían del mundo. Es evidente que no podemos rezar para que Dios nos ayude a imponernos unos a otros esa condena. Sería la victoria del diablo y Dios nunca lo permitirá.
Permítame hacerme una pregunta ¿Quién puede rezar de verdad por la paz cuando en su casa están todos peleados? ¿En la Iglesia Católica existe paz, la Paz del Señor? Más bien no. ¿Cómo vamos a reclamar a Dios aquello que no reclamamos para nosotros mismos? Es una incoherencia escalofriante de la que pocos son conscientes.
Los católicos vivimos actualmente un momento de fuertes incertidumbres. Grupos que viven para sí mismos, sensibilidades que luchan abiertamente, carismas que se contraponen y miden fuerzas. Un momento en que unos se reúnen para llevar el próximo Sínodo de la Familia hacia donde otros no podemos ir. Ya conocemos la reunión “discreta” que congregó hace unos pocos días a la corriente progresista, encabezada por algunos obispos alemanes. Que poco me gusta la palabra “discreta”. ¿Esto es la Paz de Cristo o una nueva acechanza del maligno?
En este clima de tensión expectante, unos a otros nos llamamos a tomar partido por uno u otro bando y lo hacemos utilizando las caricaturas que los medios de comunicación nos entregan. Caricaturas de una Iglesia que se recrea según el modelo de cada cual y los intereses de los grupos de poder. ¿Por qué paz vamos a rezar el día 8 de junio?
Personalmente pienso orar por la paz, porque creo que es más necesaria que nunca. Pero no sé si lo haré a las 13h o en otro momento más adecuado. Para Dios el tiempo no tiene demasiado sentido. La unidad en la oración nos reúne con los justos que ha habido desde el principio de los tiempos hasta los que vivan en los últimos momentos del mundo. La oración no entra a formar parte del marketing ni las apariencias de este mundo. La oración es más que un flashmob o un happening momentáneo, un simulacro que no es más que apariencia social.
Oraré por la paz, empezando por mi paz interior. Señor que sea capaz de transmitir paz y unidad verdaderas a quienes estén cerca de mí. Que sea capaz de borrar las líneas artificiales que delimitan bandos. Que El Señor me ayude a centrarme Él y no a colocarme en un lado de la línea bien vista por una u otra persona. El centro es Cristo y la Paz es Él mismo que se ofrece. Cada vez va siendo más complicado frenar y encauzar, con caridad, los reproches por no tomar partido humano.
Oraré por la paz de los católicos de mi entorno. Paz que debería llevar a centrarnos en Cristo y no en segundos salvadores. Paz que debería hacer posible que lo que nos diferencia sea para bien de todos y no escusa de segregación.