La gran pregunta es ¿Cómo conseguir ver cuando estamos rodeados de falsas riquezas que actúan como constantes flashes. Lo primero sería reconocer nuestra incapacidad para ver y después la necesidad de que alguien nos ayude:
Que todo hombre que sabe que las tinieblas hacen de él un ciego... grite desde el fondo de su ser: «Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí». Pero escucha también lo que sigue a los gritos del ciego: «los que iban delante lo regañaban para que se callara» (Lc 18,39). ¿Quiénes son estos? Ellos están ahí para representar los deseos de nuestra condición humana en este mundo, los que nos arrastran a la confusión, los vicios del hombre y el temor, que, con el deseo de impedir nuestro encuentro con Jesús, perturban nuestras mentes mediante la siembra de la tentación y quieren acallar la voz de nuestro corazón en la oración. En efecto, suele ocurrir con frecuencia que nuestro deseo de volver de nuevo a Dios... nuestro esfuerzo de alejar nuestros pecados por la oración, se ven frustrados por estos: la vigilancia de nuestro espíritu se relaja al entrar en contacto con ellos, llenan de confusión nuestro corazón y ahogan el grito de nuestra oración...
¿Qué hizo entonces el ciego para recibir luz a pesar de los obstáculos? «Él gritó más fuerte: Hijo de David, ten compasión de mí! »... ciertamente, cuanto más nos agobie el desorden de nuestros deseos más debemos insistir con nuestra oración... cuanto más nublada esté la voz de nuestro corazón, hay que insistir con más fuerza, hasta dominar el desorden de los pensamientos que nos invaden y llegar a oídos fieles del Señor. Creo, que cada uno se reconocerá en esta imagen: en el momento en que nos esforzamos por desviarlos de nuestro corazón y dirigirlos a Dios... suelen ser tan inoportunos y nos hacen tanta fuerza que debemos combatirlos. Pero insistiendo vigorosamente en la oración, haremos que Jesús se pare al pasar. Como dice el Evangelio: "Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran" (v. 40). (San Gregorio Magno. Homilías sobre el evangelio, n°2)
¿Qué hizo el ciego? Confiar, gritar y esperar. No le importó que le mandaran a callar o que otras personas creyeran que estaba loco. Lo que él buscaba sólo se lo podía dar Cristo. La confianza en Dios es imprescindible. Si pensamos que Dios es un dios lejano, desentendido o indiferente ¿Para qué gritar? ¿Para qué esforzarse? Pero Dios pasa a nuestro lado y espera que le llamemos. El grito es la oración, pero también la valentía y la actitud virtuosa que no se somete a lo “bien visto” por los demás. El grito es una ruptura de las formas y por lo tanto, necesita de nuestra voluntad. No grita quien teme que le reprendan, sino quien sabe que su grito será escuchado: “Jesús Hijo de Dios, ten misericordia de mí, pecador”. Esta breve oración que parte del grito del ciego, la utilizan los hermanos ortodoxos con asiduidad. Le llaman la oración del corazón, de la centralidad de nuestro ser. La repiten constantemente como una jaculatoria.
Lo importante no es repetir las palabras, sino sentirlas, hacerlas nuestras y saber que Cristo las escucha. ¿Qué resultado tiene pedir misericordia a Cristo? Quizás podríamos pensar que hacerlo nos permitiría ganar un premio de lotería, pero lo que Dios desea de nosotros no es precisamente eso. Dios desea que le abramos al puerta de nuestro corazón para que el reine en él. Por eso se le llama la oración del corazón. La oración que abre el camino sagrado a la Gracia de Dios. No es la única oración que nos ayuda, pero sí es una breve, concisa y sobre todo, tiene su fundamento en el ciego que llamaba a Cristo.
En este mundo donde el que menos ve es quien más éxito tiene, es complicado despreciar las riquezas vacías y aceptar la riqueza que proviene de negarnos a nosotros mismos. Que los deseos y las ambiciones no nos detengan ni nos distraigan. Pidamos misericordia a Cristo, la misericordia de quien confía en que Cristo le dará la vista y entonces sabrá que los dones que Dios nos ofrece no son materiales y por eso, son más valiosos.