Sí señores, un episodio muy poco conocido de la historia que pudo convertir a Isabel II en la primera reina española asesinada desde que en 1072, durante el sitio de Zamora, lo fuera su lejanísimo antecesor Sancho II de Castilla por el Conde Bellido Dolfos, y antes Sancho I de León, llamado el Craso, en 966 envenenado en el monasterio gallego de Castrelo de Miño por el Conde Gonzalo Menéndez, quien lo hizo igual que la reina quiso envenenar a Blancanieves, valiéndose de una manzana. Muy peligroso a lo que se ve, llamarse Sancho y ceñir una corona española.
Como quiera que sea, nuestro cura de hoy, Martín Merino y Gómez, nace en Arnedo, en la provincia de Logroño el año 1789, hijo de Manuel Merino y de María Gómez, una familia de labradores del valle del Cidacos. Tras ingresar en el convento franciscano de Santo Domingo de la Calzada, al invadir los franceses la península se une a la guerrilla en Sevilla. Terminado que ha la guerra, se ordena sacerdote en Cádiz y vuelve al convento, aunque en 1819 sus ideas liberales le obligan a abandonar España, exiliándose en Francia, concretamente en Agens.
De vuelta a la patria, participa en los sucesos de Madrid del 7 julio de 1822 por los que es arrestado. Amnistiado en 1824 retorna a Francia, donde será cura párroco de una iglesia en Laidental, cerca de Burdeos, hasta que en 1841 vuelve a España como capellán en la iglesia de San Sebastián de Madrid.
Con un premio de lotería organiza un negocio de préstamos que le traerá no pocos conflictos, uno de los cuales provoca que en 1846 sea trasladado a la iglesia de San Millán, de la que también será expulsado, lo que da cuenta del carácter correoso de nuestro cura, algo a lo que probablemente, contribuían sus dolencias de hígado y estómago.
En esas se halla cuando mes y medio después de dar a luz a la infanta de su mismo nombre la Reina Isabel II, el 2 de febrero de 1852 Merino entra en el Palacio Real sin despertar sospecha alguna, y al bajar la monarca sus escaleras proveniente de la Capilla Real, se hinca de rodillas ante ella y le asesta una cuchillada en el costado derecho, mientras le decía “toma, ya tienes bastante”, dejándole una herida de unos 15 milímetros. Aunque son muchos los que se abalanzan sobre él y el propio rey consorte Francisco de Asís llega a blandir la espada, Merino es atrapado vivo, para que revelara sus posibles cómplices, si bien, preguntado al respecto, responderá: “¿Cree Vd. que en España hay dos hombres como yo?”. Conducido a la famosa cárcel del Saladero, Merino es juzgado y condenado a garrote, no sin antes ser degradado de sus órdenes eclesiásticas de acuerdo con el ceremonial al uso.
El 7 de febrero, sólo cinco días después del frustrado magnicidio, sale de la cárcel a lomos de burro y vestido con la hopa y el birrete amarillos con manchas de sangre de cordero, en dirección al Campo de Guardias número 5, donde se halla el patíbulo. Al verdugo que según era protocolo le pide perdón por lo que le va a hacer, le dice “No hay nada que perdonar, va Vd. a ejecutar una sentencia que es justa. Por favor hágalo lo antes posible” (pinche aquí para conocer el excelente relato de José Manuel Reverte sobre los pormenores de la ejecución y el carácter sarcástico de nuestro cura). A la una del mediodía es ejecutado y su cuerpo incinerado para evitar que quedara recuerdo alguno del asesino. Tenía nuestro Cura Merino (no confundir, por cierto, con el héroe de la Guerra de la Independencia al que puede Vd. conocer algo mejor sin más que pinchar aquí) 63 años de edad.
En cuanto a la reina, cura en apenas diez días. No era el primer atentado que sufría pues ya había tenido otro en 1847, cuando un tiro de pistola le rozó el sombrero, y por otro lado, aún tardaría dieciséis años en perder la corona merced a la Revolución Gloriosa. Precisamente en agradecimiento por su rápida recuperación, se dispondrá la apertura de una suscripción popular para la construcción del hospital de la Princesa de Madrid, sito en la C/Diego de León, otro liberal de la época que sufrió parecida suerte a la de nuestro cura de hoy.
Y sin más por hoy, queridos amigos, que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos. Les espero mañana en esta misma columna.
©L.A.
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