Todos los domingos, al recitar el Credo, los cristianos afirmamos “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna. Amén”.
Pero “creer” tiene, por decirlo así, muchos grados. Y si se trata de algo tan importante como la Otra Vida se puede simplemente creer… o creértelo de verdad.
En cierta ocasión un buen amigo me confesó con indignación su total disconformidad con el epitafio que unos familiares suyos habían puesto en la lápida del fallecido.
“Pues no van y ponen ─me decía─ un “Hasta luego”. ¡Un “hasta luego”!
Yo le dije medio en broma medio en serio: “Bueno hombre… pero no negarás que al menos creencia en la Otra Vida esos familiares sí parecen demostrar”.
Como mi irónica respuesta no pareció convencerle, ni mucho menos calmar su indignación, quise remediarlo contándole algo que ponía mejor las cosas en su sitio.
“Mira ─le dije─ hace años me encontré en una situación parecida. Murió mi padre y no sabíamos bien qué poner en la lápida del cementerio. Lo consulté con un sacerdote muy espiritual que conozco y me sugirió poner esto: “Aquí espera la Resurrección… (y a continuación su nombre).”
Aquello me impactó, porque en ese momento me di cuenta con mucha claridad lo que de verdad un cristiano cree y eso es lo que quedaba gráficamente reflejado en esa simple frase.
Y es que la mentalidad del cristiano debe estar configurada por una firme creencia en la Otra Vida. Así nos lo dijo el mismo Jesucristo cuando nos prometió que algún día escucharíamos: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. (Mt 25, 34)
Los Tres Mosqueteros