Cuando muchas veces se pretende alejar a la Iglesia de lo que sucedía en España, por ejemplo en lo referente a las cuestiones sociales del primer tercio del siglo XX, el apostolado ejercido por don Rufino aparece como una respuesta madura a la Rerum Novarum de León XIII.
La noticia del acto, narrada en las páginas de El Castellano (13.03.1931), termina así:
Don Rufino “habla de los grandes beneficios que se obtienen dentro del Sindicato. En su seno se procura la formación del agricultor, por medio de instrucciones diversas que tienden a la cultura y adiestramiento de la clase, dándole a conocer los métodos últimamente empleados en la explotación de las tierras y enseñándole el manejo y uso de la maquinaria moderna.
Poco necesito esforzarme -añade- para haceros conocer la conveniencia de la unión, cuando se trata de conseguir mejoras materiales. Si se trata de compras, podrá el Sindicato traducir en beneficio propio aquellas comisiones que se dan al intermediario, puesto que para nada lo necesita. Además, las compras en común, llevan consigo una reducción en el precio, que de otro modo no podría alcanzarse. Si se trata de ventajas, el Sindicato, por medio de la Federación a que pertenece, se encarga de distribuir sus producciones a cambio del precio más remunerador.
Recomienda la unión de todos los labradores, y dice que, si alguno va al Sindicato con miras políticas o con intenciones de sembrar la discordia entre sus compañeros, no deben abrírsele las puertas, ya que la política está desterrada del Sindicato en uno de los artículos de su reglamento”.
A pesar de la claridad teórica, no fue suficiente. Solamente a lo largo de 1931 surgieron casi súbitamente 144 asociaciones, en toda la provincia de Toledo, vinculadas a la U.G.T., lo que daba idea de la fuerza oculta y organización preexistente. Ante el espectacular resurgimiento de estas asociaciones obreras, aparecía, por contraste, más clara la debilidad de los sindicatos católicos agrarios.
Afirma Leandro Higueruela del Pino en su trabajo “El movimiento obrero católico en la diócesis de Toledo hasta la II República” que tras dos décadas de trabajo “faltó, en definitiva, un entronque y sustentación sobre la base auténticamente campesina, como era el bracero, y no primordialmente en el pequeño propietario”.
Pese a ello, don Rufino y otros pocos trabajaron incesantemente por los campesinos y labradores de nuestra diócesis.
Don Rufino fue capellán, como recordábamos al principio, de lo que vino en llamarse Establecimientos Reunidos de la Beneficencia. Existían estos en Toledo, desde 1846, bajo la administración de la Junta Municipal y, más tarde, de la Junta Provincial de Beneficencia, instalados en el antiguo convento de San Pedro Mártir. Comprendían: la Inclusa o Casa de Expósitos (Hospital de Santa Cruz), la Maternidad (Hospital del Refugio) y el Asilo de los Pobres de San Sebastián, refundido con la Real Casa de Caridad.
Recogemos una curiosa noticia (publicada en “El Castellano”, 25 de febrero de 1935) sobre una boda que presidió don Rufino. “En la iglesia de San Pedro Mártir, de los Establecimientos Reunidos, se celebró ayer el enlace nupcial de la bella señorita Francisca Aguado Martín con el maestro del taller de zapatería de la Casa, Clemente Gómez… No obstante la humilde condición de los contrayentes, la ceremonia tuvo indudablemente la simpatía y relieve que les correspondía… Bendijo la sagrada unión, el capellán del Establecimiento, don Rufino Ortiz-Villajos, que dirigió sencillas palabras a los contrayentes, pero saturadas del más íntimo y paternal afecto; la ceremonia se hizo ante el altar de la Milagrosa, patrona “de hecho” de la Casa…”.
Finalmente, el martirio
El 22 de julio de 1936, por la tarde, su hermana oyó a unos milicianos que al día siguiente darían el paseo a un cura de ese barrio "pues había que acabar con esa raza". Pensando que se referían a él, se trasladaron al amanecer del 23 al domicilio de unos amigos, ausentes de la ciudad. Estuvieron hasta la vuelta de éstos, el 31 de julio. Cuando volvieron, los amigos les rogaron que se fueran por el riesgo que suponía tener a un sacerdote escondido en su casa. Esperaron a la noche. Fueron al domicilio de otro familiar, que tampoco los pudo recibir y, ya a la ventura por esas callejas, tropezaron con las milicias. Le registran el envoltorio que llevaba y descubren una sotana, un crucifijo y un breviario. Por lo tanto, era cura. Es suficiente. Llevan a los dos hermanos hasta el cercano Paseo de San Cristóbal, retienen un momento a la hermana, diciendo al sacerdote que camine, disparando seguidamente sobre él, que cae agonizando. La hermana tuvo que presenciar aún cómo disparaban cinco tiros más sobre el cuerpo exánime del sacerdote.
La noticia del acto, narrada en las páginas de El Castellano (13.03.1931), termina así:
Don Rufino “habla de los grandes beneficios que se obtienen dentro del Sindicato. En su seno se procura la formación del agricultor, por medio de instrucciones diversas que tienden a la cultura y adiestramiento de la clase, dándole a conocer los métodos últimamente empleados en la explotación de las tierras y enseñándole el manejo y uso de la maquinaria moderna.
Poco necesito esforzarme -añade- para haceros conocer la conveniencia de la unión, cuando se trata de conseguir mejoras materiales. Si se trata de compras, podrá el Sindicato traducir en beneficio propio aquellas comisiones que se dan al intermediario, puesto que para nada lo necesita. Además, las compras en común, llevan consigo una reducción en el precio, que de otro modo no podría alcanzarse. Si se trata de ventajas, el Sindicato, por medio de la Federación a que pertenece, se encarga de distribuir sus producciones a cambio del precio más remunerador.
Recomienda la unión de todos los labradores, y dice que, si alguno va al Sindicato con miras políticas o con intenciones de sembrar la discordia entre sus compañeros, no deben abrírsele las puertas, ya que la política está desterrada del Sindicato en uno de los artículos de su reglamento”.
A pesar de la claridad teórica, no fue suficiente. Solamente a lo largo de 1931 surgieron casi súbitamente 144 asociaciones, en toda la provincia de Toledo, vinculadas a la U.G.T., lo que daba idea de la fuerza oculta y organización preexistente. Ante el espectacular resurgimiento de estas asociaciones obreras, aparecía, por contraste, más clara la debilidad de los sindicatos católicos agrarios.
Afirma Leandro Higueruela del Pino en su trabajo “El movimiento obrero católico en la diócesis de Toledo hasta la II República” que tras dos décadas de trabajo “faltó, en definitiva, un entronque y sustentación sobre la base auténticamente campesina, como era el bracero, y no primordialmente en el pequeño propietario”.
Pese a ello, don Rufino y otros pocos trabajaron incesantemente por los campesinos y labradores de nuestra diócesis.
Don Rufino fue capellán, como recordábamos al principio, de lo que vino en llamarse Establecimientos Reunidos de la Beneficencia. Existían estos en Toledo, desde 1846, bajo la administración de la Junta Municipal y, más tarde, de la Junta Provincial de Beneficencia, instalados en el antiguo convento de San Pedro Mártir. Comprendían: la Inclusa o Casa de Expósitos (Hospital de Santa Cruz), la Maternidad (Hospital del Refugio) y el Asilo de los Pobres de San Sebastián, refundido con la Real Casa de Caridad.
Recogemos una curiosa noticia (publicada en “El Castellano”, 25 de febrero de 1935) sobre una boda que presidió don Rufino. “En la iglesia de San Pedro Mártir, de los Establecimientos Reunidos, se celebró ayer el enlace nupcial de la bella señorita Francisca Aguado Martín con el maestro del taller de zapatería de la Casa, Clemente Gómez… No obstante la humilde condición de los contrayentes, la ceremonia tuvo indudablemente la simpatía y relieve que les correspondía… Bendijo la sagrada unión, el capellán del Establecimiento, don Rufino Ortiz-Villajos, que dirigió sencillas palabras a los contrayentes, pero saturadas del más íntimo y paternal afecto; la ceremonia se hizo ante el altar de la Milagrosa, patrona “de hecho” de la Casa…”.
Finalmente, el martirio
El 22 de julio de 1936, por la tarde, su hermana oyó a unos milicianos que al día siguiente darían el paseo a un cura de ese barrio "pues había que acabar con esa raza". Pensando que se referían a él, se trasladaron al amanecer del 23 al domicilio de unos amigos, ausentes de la ciudad. Estuvieron hasta la vuelta de éstos, el 31 de julio. Cuando volvieron, los amigos les rogaron que se fueran por el riesgo que suponía tener a un sacerdote escondido en su casa. Esperaron a la noche. Fueron al domicilio de otro familiar, que tampoco los pudo recibir y, ya a la ventura por esas callejas, tropezaron con las milicias. Le registran el envoltorio que llevaba y descubren una sotana, un crucifijo y un breviario. Por lo tanto, era cura. Es suficiente. Llevan a los dos hermanos hasta el cercano Paseo de San Cristóbal, retienen un momento a la hermana, diciendo al sacerdote que camine, disparando seguidamente sobre él, que cae agonizando. La hermana tuvo que presenciar aún cómo disparaban cinco tiros más sobre el cuerpo exánime del sacerdote.