Algunos pensadores modernos y antiguos se han planteado como problema el silencio de Dios: ¿por qué no responde a las súplicas?, ¿por qué permite el sufrimiento de los inocentes?, ¿por qué triunfan los injustos?
Durante estos últimos días de septiembre el cardenal de Madrid, Mons. José Cobo ha designado la Semana de la Palabra como invitación a «actualizar lo que es propio de un cristiano, que es escuchar». Y esto lleva «a salir de nuestras ideas preconcebidas y a sorprendernos de aquel que siempre va más allá». No hace falta realizar acciones extraordinarias, aunque sí reflejar cada día la escucha y contemplación de la palabra de Dios. Una ocasión para revisar el acercamiento diario a la Biblia centrada en Jesucristo.
Grandes preguntas
Todas esas cuestiones y más están en la Biblia, el libro por excelencia, que recoge la experiencia del pueblo hebreo y la historia de la salvación por iniciativa de Dios. El libro de Job, que recoge las tradiciones hasta el siglo VI antes de Cristo, repasa la vida del hombre justo que sufre y se plantea si Dios es justo o caprichoso con el hombre. Más tarde, el libro Qohelet o Eclesiastés, escrito en el siglo III antes de Cristo, indaga los caminos por los que Dios premia a los buenos y castiga a los malos sin lograr aclararse. De la misma época, el libro de los Proverbios orienta la vida personal y social desarrollada en el temor-amor de Dios. El libro de Ben Sira o libro de la asamblea, Eclesiástico, escrito en el siglo II antes de Cristo quiere transmitir el patrimonio religioso y vital de pueblo de Israel, y sobre todo la fe en el Dios vivo personal.
Las grandes preguntas buscan llegar a la mente de Dios y el camino de la felicidad, aunque siempre queda un velo de misterio, porque Dios está por encima de nuestros pensamientos y de nuestros caminos. Una respuesta ha sido el escepticismo moral, otra el agnosticismo ontológico, otra el ateísmo vital y el sistemático. Y siempre también los hombres han encontrado luz de la fe, la ayuda de la esperanza, y el fuego de la caridad.
Dios ha hablado
Porque Dios sí ha hablado y mucho a lo largo de la historia de la Salvación presente en la Biblia desde el Génesis al Apocalipsis. La experiencia real del pueblo elegido es que Dios es el Ser Personal, Yahvé, que ha creado el mundo bueno por amor, lo ha puesto en manos del hombre creado también a su imagen y semejanza para que colabore con la creación. Y ha mantenido su Alianza a pesar de los olvidos y traiciones de sus elegidos. Dios habla y actúa en la historia milenaria del pueblo hebreo, que prepara la venida de Jesucristo que es verdad Dios con nosotros. Con la encarnación del hijo de Dios en Persona, su vida sorprendente en la tierra, y su muerte y Resurrección gloriosa explica quién es Dios, por qué se implica en la historia, y cómo demuestra su Amor. Desde Jesucristo el hombre no está sólo, tiene la seguridad de que está a favor de los hombres, y sabe que está llamado a ser plenamente feliz en el Cielo: porque en efecto Dios premia las buenas obras y castiga las malas acciones. Al final no todos se sentarán en la misma mesa del Reino de los cielos.
Dios, que en otros tiempos habló por medio de los patriarcas y de los profetas como escribe la Epístola a los hebreos, se ha encarnado al llegar la plenitud de los tiempos. Jesucristo es el Hijo del Dios vivo absolutamente distinto de los ídolos que fabricamos los hombres: tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, no tienen corazón y son caprichosos con los hombres. Esta es la tentación permanente de los hombres, de su filosofía, de sus pensamientos, y de su organización social. El Egipto milenario con sus ansias de eternidad; los griegos con sus dioses guerreros; los romanos con los suyos -los mismos con otros nombres-; las culturas orientales panteístas, y las precolombinas, no encuentran verdades definitivas ni aquietan el corazón de los hombres.
La Palabra de Dios escrita
La Biblia contiene millones de palabras que en realidad hablan de una sola Palabra, el Verbo encarnado que habla con gestos y palabras: los Evangelios son la buena nueva de que Dios está con nosotros y cuenta con nuestras respuestas para llevar a término la Creación. En Jesucristo Dios continúa dialogando con los hombres porque no se ha ido definitivamente sino que se ha quedado en la Eucaristía y espera la respuesta de la fe y la apertura a su Amor infinito.
El Catecismo enseña que Dios es el autor de las Escrituras porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos, con la seguridad de que sus escritos nos enseñan sin error la verdad que salva. Los hagiógrafos han recogido la historia de la salvación, han orientado la vida del pueblo elegido, han transmitido esperanza para la humanidad, y todo como primeros pasos valiosos en sí mismos para preparar la venida del Salvador.
Los cuatro evangelios recogen por escrito las obras de palabras de Jesucristo, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, refieren la misma historia desde perspectivas distintas aunque coincidentes entre sí, Y reconocen que si pusieran por escrito todos los hechos y palabras de Jesucristo no habría libros suficientes en el mundo para contenerlos, escribe san Juan. Todo lo escrito se ha escrito para que los cristianos tengamos Vida en abundancia, una participación de hijos en la intimidad de Dios. Un solo Dios verdadero que habla mucho en Sí mismo como diálogo eterno entre el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, al que somos invitados los hombres como hijos de Dios en Jesucristo. No sólo habla en Sí mismo sino que habla a los hombres de su amor incondicional.
Unidad de la Escritura
También enseña el Catecismo la unidad de los dos Testamentos que deriva de la unidad del plan de Dios y su Revelación. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo Testamento, mientas que éste da cumplimiento al Antiguo: los dos se esclarecen mutuamente, los dos son verdadera Palabra de Dios.
La Iglesia siempre ha venerado la sagrada Escritura como lo ha ahecho con el Cuerpo de Jesucristo, la Eucaristía, que alimenta la fe, sostiene la esperanza y aviva la caridad. Y es consciente de que la Revelación histórica de Dios se ha realizado con obras y palabras, de modo que la Biblia ha sido antes recibida y vivida por el pueblo hebreo y por los discípulos de Jesucristo desde el comienzo, ha sido escrita después en el seno de la Tradición viva de la Iglesia, se ha transmitido con fidelidad y se ha custodiado en su integridad como verdadera Palabra de Dios.
Con todo, el cristianismo no es la religión del Libro, porque esta Revelación del Dios tri personal, vivo y verdadero, se ha dado en la vida del pueblo hebreo, y ha culminado con la vida de Jesucristo. A fin de que perdure inalterable sustancialmente hasta el fin de los tiempos ha fundado su Iglesia como sacramento universal de salvación, con la tarea de custodiar la Palabra de Dios, interpretarla en el mismo sentido que ha sido escrita, y administrar los sacramentos como unión real y eficaz con la Humanidad santísima de Jesucristo.
En suma, el silencio de Dios no es tal porque sigue hablando en nuestro tiempo y espera la respuesta personal de fe y de caridad, para extender el Reino de Dios en este mundo. Por ello, durante estos días señalados podemos revisar si escuchamos la Palabra de Dios habitualmente, si nos encontramos con Jesucristo personalmente, y si la Biblia sigue cambiando nuestro corazón y nuestras costumbres.