Según todo apunta, la devoción a la Virgen del Rocío remontaría a finales del s. XIII, poco después de que en 1262 el muy mariano rey
Alfonso X el Sabio, autor de las
Cántigas de Santa María, conquiste Niebla, a cuya jurisdicción pertenecía el pueblo de Almonte, mandando construir, con toda probabilidad, una ermita para el culto de la Virgen bajo la advocación de
María Santísima de las Rocinas, nombre del lugar. Si sí como si no, la documentación llegada a nuestros días permite asegurar que para principios del s. XIV existía ya una ermita con ese nombre y la imagen, datada de finales del s. XIII por el estudio iconográfico ejecutado al efecto por los profesores Carrasco Terriza y González.
Y todo ello sin detrimento de lo que constituye la hermosa leyenda que, recogida en el
“Libro de Reglas de la actual Pontificia, Real e Ilustre Hermandad Matriz de Nuestra Señora del Rocío, de Almonte”, del año 1758, reza así:
“Entrado el siglo quinze de la Encarnación del Verbo Eterno un hombre que ó apacentaba ganado, ó había salido a cazar, hallándose en el término de la Villa de Almonte en el sitio que llaman de la Rocina... Penetró aunque á costa de no poco trabajo, y en medio de las espinas halló la Imagen de aquel Sagrado Lirio Intacto de las espinas del pecado, vió entre las zarzas el Simulacro de aquella Zarza Mystica ilesa en medio de los ardores del original delito, miró una Imagen de la Reina de los Angeles de estatura natural colocada sobre el seco tronco de un árbol”.
En 1582, el concejo de Almonte adquiere las tierras denominadas “Madre de las Marismas”, con la ermita y la aldea. Y sólo cinco años después, se produce un hecho crucial: el sevillano
Baltasar Tercero, proveniente del Perú, asigna en su testamento dos mil pesos de plata para fundar una capellanía y restaurar la antigua ermita. Se nombra patrono de la capellanía al sacerdote más antiguo del pueblo y al concejo de Almonte. La devoción a la Virgen se extiende por el Aljarafe sevillano (Villamanrique, Pilas), el Condado de Huelva (La Palma, Moguer), y Cádiz (Sanlucar de Barrameda, Rota).
El 29 de junio de 1653 se proclama a la Virgen patrona de Almonte. A partir de ese momento el pueblo comienza a llamar Virgen del Rocío a la que hasta entonces denominaba Virgen de las Rocinas. El nuevo nombre, inspirado en la liturgia de la misa de pentecostés, compara la acción del
Espíritu Santo con la fecundidad del rocío. No por casualidad, se traslada su fiesta del 8 de septiembre al domingo de Pentecostés, y tampoco por casualidad, empiezan los almonteños a vibrar al grito de
“¡Viva la Blanca Paloma!” en alusión al
Espíritu Santo que preside el palio del trono de la Virgen.
Para ese entonces consta ya de la existencia de la
Hermandad de Almonte, por entonces cofradía, como consta también la aprobación en 1758 por el Arzobispado de Sevilla de la
“Regla” de la que hemos recogido la leyenda de la aparición de la imagen.
Con la desamortización de bienes eclesiásticos de
Mendizábal acometida, casi diríamos perpetrada, -hay quién sostiene que la Desamortización de Mendizábal y las que le siguieron han representado el gran atentado contra el patrimonio histórico español, superior a la
Guerra de la Independencia y la
Guerra Civil- en 1836, la fundación creada por
Baltasar Tercero se ve privada de buena parte de sus bienes y rentas. El culto de la ermita queda desatendido y crece el protagonismo de la Hermandad. Tanto que en 1920, se ve reconocida con la concesión de dos títulos de singular importancia, el de “Real”, otorgado por el
Rey Alfonso XIII, y el de “Pontificia”, concedido por el
Papa Benedicto XV, a los que se une el de “matriz”, que refiere a la preminencia de la Hermandad de Almonte sobre las demás hermandades.
En 1813 tiene lugar otro momento crucial en la devoción rociera, con la incorporación del llamado
“voto del Rocío Chico”. Invadida la villa por el ejército napoleónico y cuando se disponía a “pasar a cuchillo” a todos los habitantes de la villa, el pueblo invoca a su patrona y los soldados reciben la orden de proseguir la campaña, librándose así de la aniquilación, maravilla en memoria de la cual, renueva Almonte su voto cada 19 de agosto.
El 8 de junio de 1919, a iniciativa del canónigo de la catedral de Sevilla,
Juan Francisco Muñoz y Pavón, que la hace pública en un artículo publicado en la prensa andaluza de la época titulado
“La pelota está en el tejado”, se produce la coronación canónica de
Nuestra Señora del Rocío.
En 1964 la Hermandad decide derribar la antigua ermita y cinco años después se inaugura la actual. Durante las obras, la Virgen es trasladada a una capilla provisional construida al efecto. En 1981, con la colocación de la espadaña (campanario de una sola pared en la que están abiertos los huecos para colocar las campanas), se concluye la fachada. En 1999, se presenta el nuevo retablo y el nuevo camarín de la Virgen.
En los últimos años, la ermita ha sido sede de importantes acontecimientos. En septiembre de 1992, acoge la clausura del
XVIII Congreso Mariano y del
XI Congreso Mariológico, presidida por el legado pontificio,
Card. Martínez Somalo, con la asistencia del nuncio de Su Santidad en España,
Mons. Tagliaferri y de los
Reyes. Un año después, el 14 de junio de 1993, y por primera vez en la historia, un papa,
Juan Pablo II, se postra a los pies de la Virgen del Rocío. Por último, y con motivo del bicentenario del Rocío Chico,
Benedicto XVI concede al Rocío un año jubilar, que se abre el 15 de agosto de 2012 y se clausura el 8 de septiembre de 2013.
Para la realización del presente artículo me he valido de los datos aportados en la página de la Pontificia, Real e Ilustre Hermandad Matriz de Nuestra Señora del Rocío de Almonte.
©L.A.
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