El que todos conocemos como el Gran Cañón del Colorado no es otra cosa que una garganta gigantesca excavada por el río Colorado en el norte del estado de Arizona, hoy día en los Estados Unidos, durante tres siglos parte de la Corona española. Patrimonio de la Humanidad desde 1979, el extraordinario accidente geográfico tiene 446 kilómetros de longitud, una distancia entre ambas riberas que llega a ser de 29 kilómetros en su punto más ancho y una altura que alcanza los 1.470 metros. 
 

 


            Pues bien, semejante prodigio de la naturaleza tiene un descubridor, es decir, una persona que lo vio antes que otros (no necesariamente el primero) pero que es el que finalmente lo identifica como tal y lo pone en el mapa para conocimiento de todos y general divulgación. Salvedad de obligada explicación cuando, como ocurre aquí, tal descubridor es un español, y se refiere a que, por supuesto, antes que él lo tuvo que contemplar alguien nativo de la zona. Pero que, en cambio, no es necesario especificar cuando tal “descubridor” es de otra nacionalidad (notablemente inglés o francés), en cuyo caso, lo “descubre” y punto, y no tenemos que andarnos con tantos miramientos, como es el caso, por ejemplo, con el “Señor”. Livingston (¿alguien ha oído hablar alguna vez del “Señor Pizarro” o del “Señor Balboa”?), descubridor sin más de las cataratas Victoria (en las cuales, a lo que parece, no hubo jamás ningún nativo). Cosas que ocurren cuando somos los españoles los que narramos nuestra propia historia, ¡qué se le va a hacer!
 
             Sin salirnos del hilo del asunto, el tal “descubridor” (realizadas las oportunas reservas), no es otro que García López de Cárdenas. Nacido en la preciosa ciudad de Llerena, en Extremadura, sede por cierto de uno de los tribunales de la famosa Inquisición, no era un cualquiera, pues su padre era nada menos que D. Alonso de Cárdenas, Conde de la Puebla del Maestre, y su madre Doña Elvira de Figueroa, Señora de Lobón.
 
            En 1540, García participa en la expedición que organiza Francisco Vázquez de Coronado en busca del reino de Cíbola y de sus míticas siete ciudades de oro. La expedición, que parte de Compostela Nayarit, se compone de tres secciones: una que iba por mar al mando de Fernando de Alarcón, y dos que avanzaban por tierra.
 
  

 

           Pues bien, hallándose en la población indígena que los españoles llaman Quivira, habitada por los indios zuñi, de desconocido emplazamiento al día de hoy, López de Cárdenas es comisionado para para encontrar el río del que le hablan los indios. Veinte días después de salir, Cárdenas y los suyos encuentran el Gran Cañón del Colorado, y tras varios intentos infructuosos de descender al río, lo que no les fue posible dadas las dimensiones de las que hablamos arriba, regresan al campamento base.
 
            En cuanto al río, éste ya había sido descubierto por otro español (por lo que vale hacer las mismas reservas ya expresadas arriba), Francisco de Ulloa, que lo hace en su desembocadura -a la que llama Ancón de San Andrés- unos días antes de que López de Cárdenas lo aviste en el Cañón, el 28 de septiembre de 1539. Tampoco Ulloa lo navegará, honor que la historia reserva, -hechas, naturalmente, las oportunas excepciones ya mencionadas por tratarse también de un español-, a Fernando de Alarcón, que formaba parte de la sección marítima de la expedición.
 
            Y bien amigos, ya conocen Vds. a uno más de esos españoles grandes –tres en realidad-, que descubren y exploran más de medio planeta, a los que intentamos rescatar del olvido para darles también a ellos, como a vds., un espacio a la exigua sombra de nuestra estrecha columna. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana volvemos por aquí, con alguna otra historia.
 
 
            ©L.A.
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