Nosotros, los cristianos del siglo XXI, hemos conocido a Jesús de Nazaret por el testimonio de otros cristianos, que nos han contado lo que ellos oyeron a su vez a otros, y así desde el minuto 1 del cristianismo: todos los cristianos que dieron su testimonio propagaron la fe a su alrededor. Por eso es inmensa la importancia del testimonio cristiano, porque sin él la historia de Jesús de Nazaret no se conocería.
Hoy, nosotros debemos corresponder a la generosidad y la valentía de los cristianos que dieron testimonio en el pasado, y dar nuestro propio testimonio de Cristo a nuestro alrededor, para que las personas que nos escuchen se enteren de que Cristo vive, porque ¡ha resucitado!
¿Pero por qué eso de “dar testimonio”? Pues porque está en los orígenes. Jesús fue el primero en dar ejemplo en esto del testimonio, como en todo, diciendo cosas como esta ante Pilatos: “(…) Yo para eso nací y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la verdad (…)” (Jn 18, 37).
Y sus seguidores, y el precursor antes que ellos, también dan testimonio, he aquí algunos ejemplos:
Juan el Bautista: “Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios.” (Jn, 1,34)
Andrés, el hermano de Simón: “Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)” (Jn, 1, 40)
Felipe: Felipe encuentra a Natanael y le dice: “Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.” (Jn, 1, 45)
La mujer samaritana: La mujer entonces dejó su cántaro, fue al pueblo y dijo a la gente: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?” (Jn, 4, 28-29); (…) “En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer. “Me ha dicho todo lo que he hecho.” (Jn, 4, 39)
¿Por qué es importante el testimonio de otros? Porque nos entra por los sentidos. Porque no es lo mismo leer la Biblia, por muy Palabra de Dios que sea- QUE LO ES-, que escuchar y ver a una persona como tú, contando por qué cree o qué obras ha hecho Dios en ella. No es lo mismo: nos atrae lo que nos resulta tangible, lo que podemos ver y tocar; y a una persona que está hablando delante de nosotros podemos verla, tocarla y oírla.
También es importante porque nos conmueve y nos mueve: si esa persona, con sus circunstancias particulares, ha podido creer, o volver a la fe, o mantenerla, o fortalecerla… ¡yo también puedo!
El testimonio es importante porque Cristo lo quiere; a María Magdalena, cuando corre al sepulcro el primer día y le encuentra vacío, le pasa esto: “Jesús le dice: “No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios Vuestro”. (Jn 20, 17)
Los discípulos de Emaús, Cleofás y el otro -del que no conocemos su nombre-, después de darse cuenta de que habían pasado 3 horas caminando y charlando con Jesús resucitado, ¡y que habían cenado con Él!, volvieron corriendo en plena noche a Jerusalén, buscaron a los Apóstoles “Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24, 35)
“Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 14-15)
Me reconforta mucho leer en el evangelio que Jesús les hecha la bronca a los Apóstoles. San Marcos lo dice con mucha diplomacia: “les echó en cara su incredulidad”. ¡Lo que daría yo por presenciar una bronca de Jesús! Porque seguro que alguna les caería a los 12, y Jesús se enfadaba a veces, como todo hijo de vecino; y sin embargo fueron esos mismos 12 los que dieron testimonio de Cristo al principio: y tenían defectos, y tenían miedo, y cometían pecados, y no eran perfectos. Jolín, ¡¡¡como tú y como yo!!!
Pues si ellos pudieron, yo también puedo.
La forma más extrema que se me ocurre de dar testimonio de Cristo es el martirio, como nuestros hermanos de Sri Lanka del Domingo de Resurrección, que fueron asesinados mientras daban testimonio de su fe en los templos.
Pero en nuestra vida ordinaria, donde no es corriente que alguien se haga explotar en las iglesias, hay muchas maneras de dar testimonio de Cristo, y con las nuevas tecnologías, más. Puedes hacer, enviar y reenviar archivos de audio o de video de contenido cristiano; puedes hablar en tu comunidad, en una asamblea, en una reunión, donde te lo pidan; puedes salir a las calles con algún movimiento; puedes cantar en el coro de tu parroquia o de tu colegio o de tu universidad; puedes hablarles a tus amigos de lo que significa tener a Dios en tu vida…
Y si no te va nada de eso, puedes dar testimonio de Cristo cada día con tu conducta, regalando el Amor de Dios que vive en tu alma en gracia, con cada gesto amable, con cada palabra agradable, con cada sonrisa, con tu trabajo bien hecho, con tu dedicación a tu familia y a tus amigos, con tu servicio a los demás… Esto parece fácil, pero no siempre lo es, aunque sí es asequible, lo tenemos todos al alcance de la mano.
A mí me pasa como a Pedro y Juan, eso que leemos en Hechos 4, 20: “Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído”.
Pues lo dicho, si ellos pudieron, ¡tú y yo también podemos!