Para los seguidores del Barça, siempre estará presente aquel gol de Iniesta en Stamford Bridge, los del Madrid recordarán el cabezazo de Sergio Ramos que forzó la prórroga en la pasada final de la Champions; los del Atlético, el testarazo de Godín, que significó una liga en el mismísimo Camp Nou. Los seguidores del baloncesto se recrean una y otra vez con aquel quiebro magistral de Michael Jordan frente a los Utah Jazz, que dio a los Chicago Bulls su sexto anillo, en 1998.
A mí, personalmente, de joven, me marcó aquel golazo de Señor en el Mundial de México 1986 contra Bélgica. Sí, fue en vano, pero abrió la puerta a una gran ilusión –acabada en los penaltis- y, además, yo estaba aquel domingo en Puebla, viendo el partido en el mismísimo estadio. Por supuesto, el gol de Iniesta, que dio a España veinticuatro años más tarde su único Mundial jamás lo olvidaré.
Ser padre de familia lo cambia todo y debo confesar que, en búsqueda de la jugada perfecta, las acciones protagonizadas por mis hijos han pasado al primer puesto, desplazando a segundo plano las de ídolos de masas como Iniesta o el mismísimo Jordan. En el fútbol sala, Santi se marcó un jugadón muy especial en una eliminatoria de Copa contra el CET 10. Se fue por la banda derecha, pegado a la línea, sorteando poco a poco a los rivales hasta regatear al portero y meterse caminando con el balón en la meta local. María marcó un gol muy especial para empatar una semifinal escolar de Barcelona, robando un balón desde atrás, encarando portería y colocando la pelota lejos del alcance de la meta rival. En la misma semifinal, Nuria anotó un tanto de verdadera pillería. Sacó el equipo rival, el Pau Vila, retrasando el balón a la defensa y ella se cruzó, robando la pelota y adelantándose también a la salida de la portera. En su única temporada con el baloncesto de Corazonistas, Blanca materializó un triple espectacular de más de diez metros. Santi, otra vez, marcó al mismísimo Barça un gol que dio a su modesto equipo un momentáneo empate a uno en la Ciudad Deportiva…
Imposible elegir una, aunque la vivida el fin de semana pasado, que además no acabó en gol, porque fue una genialidad defensiva, sacaría muchos puntos si sometiéramos todas a votación. El Club Alpes, equipo en que juegan mis dos hijas mayores y que entreno desde su fundación, se jugaba la posibilidad de quedar segundo en la liga y ascender a División de Honor (solo sube el primero, que ya no estaba a nuestro alcance, pero el segundo queda delante de la lista de espera, en caso de que haya una renuncia o se amplíe el número de equipos de la máxima categoría).
Para acabar segundas se necesitaba, como mínimo, un empate en la durísima pista del Jesús María (terceras), un conjunto que nos había ganado las dos veces que nos habíamos enfrentado en la temporada.
Pabellón lleno. Ambiente vibrante. Nos vamos al descanso ganando 0-2. Ellas recortan distancias al inicio de la segunda parte. Quedan cuatro minutos y el Jesús María pide un tiempo muerto, con el fin de quitar a la portera y poner una atacante más, cosa hecha comúnmente en el fútbol sala. En la primera ocasión, empatan el partido. Pasa el tiempo. Quedan solo segundos…
Entonces se produce la jugada que jamás olvidaré. Nuria, que defendía por delante, queda tapada y Agueda, la mejor jugadora local, encara a María quien, sabiendo que la oponente se le podía ir por velocidad, le obliga a cambiar el balón a la pierna izquierda, tapándole todo acceso por el lado derecho. En la maniobra, la atacante pierde tiempo, suficiente como para que Nuria llegue haciendo un repliegue espectacular y no le permita golpear el balón a placer. El chut de Agueda sale débil y ni siquiera va hacia portería. El árbitro pita el final y el Alpes logra el objetivo, terminando la temporada en la segunda posición.
Al finalizar el partido, tanto María como Nuria, ya en casa, me comentaron que sufrieron enormemente al ver cómo Agueda se acercaba a nuestra potería. Yo les dije: “No, yo o sufrí, sentí que en todo momento teníais la acción controlada”.
Es curioso, valoramos muy poco las jugadas defensivas pero, muchas veces, son tan importantes o más que las de ataque. Ésta, en concreto, probablemente valga un ascenso.
Dos hermanas trabajando juntas para neutralizar a una rival, dando cada una lo mejor de sí. Espero que en la vida, cuando sean adultas y tengan que unirse para superar complicados retos o momentos difíciles, María y Nuria evoquen el final del partido contra el Jesús María. Seguro que, juntas, resolverán la situación con el mismo éxito que lo hicieron el pasado fin de semana.