Una planta grande, desbordada, da siempre menos fruto que una que tiene el tamaño adecuado. Una planta que crece sin poda ni cuidado alguno, siempre es menos atractiva que una a la que el jardinero dedica horas. Menos es más, aunque nos cueste aceptarlo. Con la Iglesia sucede lo mismo.
Nos hemos convertido en un mastodonte lleno de estructuras humanas que responde más a las propias necesidades que al plan de Dios. Una estructura colosal difícilmente puede dejar de padecer defectos e incoherencias.
El viñador irá a su viña para podar los brotes bordes. Si no lo hiciera y los dejara crecer en la viña, ésta no daría sino un vino malo de agraces. Así tiene que obrar el hombre digno: tiene que podar él mismo todo lo que es desorden, desarraigar a fondo todas sus maneras de ser y sus inclinaciones, tanto si se trata de alegrías como de sufrimientos, es decir, cortar las malas costumbres. Esto no destruye ni la cabeza, ni el brazo ni la pierna.
Pero ¡alerta con el cuchillo hasta que no sepas muy bien dónde y qué tienes que cortar. Si el viñador no supiera el arte de la poda, cortaría todo, tanto el brote bueno que pronto dará su uva, como el brote malo y estropearía así la viña. Hay alguna gente que obra así. No conocen el oficio de podar. Dejan los vicios, las malas inclinaciones en el fondo de la naturaleza, cortando y lastimando a la pobre naturaleza misma. La naturaleza en sí es buena y noble: ¿qué quieres cortar y podar en ella? Al tiempo de los frutos, es decir, en la vida divina, te quedaría solamente una naturaleza arruinada. (Juan Taulero, Sermón 7)
Como indica Juan Taulero, fraile dominico del siglo XIV, hay que tener cuidado a la hora de podar. Si nos creemos con el poder de cortar, podemos destrozar los brotes jóvenes y perpetuar las ramas menos productivas. De hecho esto es lo que suele pasar. Las ramas más fuertes son las que más resistencia ponen a la poda, mientras que los brotes son sencillos de cortar.
Alguno pensará que promuevo una Iglesia pequeña, sencilla y coherente y lleva toda la razón. Lo hago en la misma línea que Joseph Ratzinger planteó algunos años antes de convertirse en el Papa Benedicto XVI: Fe y Futuro Cap 5 :
“… de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros.”
Decrecer, sentirse podado nunca es una acción agradable y placentera para nadie. Conlleva dolor en el hoy que se verán recompensado en el mañana. Necesita de esperanza, fe y mucha caridad. Caridad que se une a la humildad de quien sabe que sólo Dios irá dando los pasos necesarios para que esa poda sea efectiva. Todavía muchos de nosotros creemos que la labor evangelizadora nos revolverá el aparente esplendor del pasado, pero eso es imposible. Según nos alejemos del poder y de los intereses del mundo, iremos siendo cada vez menos.
Cada vez interesa menos ser creyente y tener un compromiso real. La sociedad actual tiene a la Iglesia entre la espada y la pared. La espada de sus incoherencias, infidelidades y contradicciones internas; la pared de reclamar una presencia social relevante. La salida ya está trazada desde hace mucho tiempo, convertirnos en una gran ONG que sirva al poder del momento. Una terminal filantrópica que dé más importancia a los problemas sociales que a Dios. Nos falta poco para adorar a quienes sufren porque, al menos, nos dan un sentido para seguir existiendo. Dicho sea de paso que la labor de caridad es imprescindible para el cristiano, no así las labores de solidaridad filantrópica que cada vez son más comunes entre nosotros. Mientras estamos ocupados creando un reino de este mundo, dejamos a Dios olvidado porque, precisamente, su Reino no es de este mundo y los pobres están siempre entre nosotros. El reproche de Judas a la Magdalena se oye cada vez más fuerte y todos sabemos quien inspiró el reproche. Pero la verdadera Iglesia prevalece y prevalecerá. Es una promesa de Cristo y sus Palabras son de Vida Eterna.
Si releemos la Parábola del Banquete de Bodas (Mt 22, 1-14), nos daremos cuenta que es complicado que la sociedad acuda a la llamada del Reino. La sociedad está interesada en sus negocios, apariencias y simulacros. La segunda llamada llegará a quienes van por los caminos y necesitan realmente lo que la Iglesia ofrece: sentido, trascendencia, sacralidad, conversión. Ellos sí acudirán a la llamada, pero siempre alguno querrá hacerse grande dentro de la Iglesia. Ese será expulsado, porque sus intereses no son los del Padre.
Por todo esto, no debemos sentirnos desalentados ante los escuálidos resultados de nuestros programas de evangelización. Tampoco pasa nada porque cada vez seamos menos relevantes. Lo que debería preocuparnos es ser cada día más santos y contagiar alegría a quienes están junto a nosotros. ¿Esperanza? Toda y cada vez más clara. El Señor no nos olvida, está entre nosotros cada vez que nos reunimos en Su Nombre.