El del Mar Pacífico es un descubrimiento curioso, que se produce nada menos que tres veces. Y se lo voy a demostrar a Vds.
La primera tiene lugar en 1507. Se trata de un descubrimiento que podemos definir o como “intuitivo”, o como “deductivo”, que ambos términos hacen bien al caso. Lo realiza el cosmógrafo lorenés Martin Waldseemüller, autor de la obra titulada “Universalis Cosmographia Secundum Ptholomei Traditionem et Americi Vespuci Aliorumque Lustrationes”, mejor conocida como “Universalis Cosmographia”, impresa en Estrasburgo. En ella, y aunque todavía no conocido, ni menos aún avistado, aparece “dibujado” por primera vez el océano Pacífico, al que, por cierto, no se da nombre alguno, ni menos aún, forma ninguna. Se trata nada más de una línea más o menos recta que a su lado izquierdo da paso a un océano. Acontece que para ese entonces, 1507, quince años después del Descubrimiento de América, son muchos ya los que se hallan convencidos de que el territorio descubierto por Cristóbal Colón, y explorado ya para ese entonces por tantos navegantes y exploradores españoles, no es la costa oriental de Asia, como Colón pretendía, sino un continente absolutamente novedoso, separado necesariamente de Asia por un mar (o por dos, vaya Vd. a saber)…
A Martin Waldsemüller le debemos también, en el mismo libro, el nombre de América para el Nuevo Mundo, pues, convencido (erróneamente), después de haber leído el libro “Novus Mundus”, de que Americo Vespuccio era el descubridor de dicho Nuevo Mundo, realiza en el suyo esta afirmación: “Y no veo nada que nos impida llamarla, razonablemente, tierra de Américo, por el nombre de su genial descubridor, o simplemente América”.
El segundo descubrimiento del océano más grande de la Tierra tiene lugar el 25 de septiembre de 1513, y lo realiza el español Vasco Núñez de Balboa, al completar una expedición iniciada con casi doscientos hombres en Santa María la Antigua del Darién, en la costa oriental del actual Panamá, hacia occidente, a la búsqueda del mar que debería hallarse al otro lado del estrecho istmo americano, aún sin explorar. El hallazgo se produce en el Golfo de San Miguel.
Se trata ahora sí, de un descubrimiento visual o inductivo, llámelo Vd. como prefiera, y representa la certeza de que, de acuerdo con lo que muchos ya se barruntaban, tenía que existir un nuevo mar que separara las tierras halladas en el Nuevo Mundo de las costas asiáticas orientales que se andan buscando desde el principio de la aventura española. Una cosa es digna de reseña: la sorpresa que debería de llevarse el descubridor, que al mar en cuestión lo llama Mar del Sur, pues él, en el Golfo de San Miguel, lo ve al sur, cuando en realidad lo que se busca es un “mar del oeste”, cuya navegación pueda conducir a las tierras orientales de Asia que son las que en todo momento se están buscando.
Monumento a Vasco Núñez de Balboa en Panamá
¿Nos hallamos realmente ante ese mar que conduce a Asia? En ese momento, dos hipótesis no son de descartar: la primera, que se trate de un mar que no una las costas americanas con las orientales asiáticas, sino con una nueva masa terrestre en el medio, tan colosal, o más o menos, que América: un nuevo continente en definitiva, antes de llegar a Asia. La segunda, que no se trate de un mar, sino de un fenómeno geográfico diferente, un gigantesco lago de agua salada, de los que existen tantos otros ejemplos en el planeta, como así el Caspio o el Aral, en pleno Asia, o más cerca aún, la llamada Mar Chiquita en Argentina.
Este descubrimiento deductivo primero, e inductivo después, no es algo tan extraño en la Historia, y de hecho, volverá a ocurrir algunos siglos después, en 1846, cuando el matemático francés Urban Le Verrier, calculando los juegos de fuerzas que se producen en el Universo, pronostique que en un determinado lugar del mismo debe hallarse un planeta, y sólo diez días después, el astrónomo alemán Johann Gottfried Galle visualice efectivamente ese planeta, al que se da por nombre Neptuno.
Queda todavía un tercer descubrimiento, el más tardío, pero no por ello el menos importante, sino el más de todos tal vez. Será el que realice el marino portugués al servicio de la Corona española Fernando Magallanes el 28 de noviembre de 1520, al salir del estrecho llamado en su honor Estrecho de Magallanes, en el Paso del Sur del Atlántico al Pacífico. Descubrimiento con el cual, y con la posterior navegación que tanto él, como Gómez de Espinosa, como Juan Sebastián Elcano, realizarán, se certifica que, efectivamente, el mar que une América y Asia es el mismo que se imaginara Waldsemüller, y el mismo que avistara Núñez de Balboa. Un descubrimiento al que no se ha dado la importancia que tiene, eclipsado como lo es, por el de América. Pero probablemente, en la perspectiva histórica, incluso más importante que el del continente americano, por tantas razones en las que no me voy a detener ahora.
Y con todo ello, el viejo sueño de Colón, el viejo sueño de los Reyes Católicos, el viejo sueño de la España del siglo XV que entra en el Renacimiento lanzándose a la mar, ¡el viejo sueño del mundo!, hecho, por fin, realidad: llegar al lejano oriente navegando hacia occidente, alcanzando primero los confines del Atlántico para descubrir que al otro lado, había tierra, pero no era Asia; superando el gigantesco obstáculo de tierra allí encontrado, esto es, América; alcanzando un nuevo mar, que es el Pacífico; y hallando, por fin, al otro lado de ese mar, las deseadas costas orientales de Asia. Un objetivo que era el inicial en la ambición de Colón, de los Pinzones y de los Reyes Católicos, el cual nunca se perdió de vista, y cuyo logro ha representado nada menos que casi treinta años de los más atribulados trabajos. Realizados por personas de muchas nacionalidades… pero todos ellos, en nombre de la naciente y pujante España surgida de la Reconquista.
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©Luis Antequera
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