La primera parte del Mesías termina con una inclusión, pues comienza con el consuelo (Is 40,1ss) y acaba con el alivio (Mt 11,28ss). La segunda etapa va a comenzar con una serie de elementos de continuidad y cambio. Musicalmente la unión con lo anterior viene dada porque es el coro el que canta las palabras de Juan el Bautista:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29)
Poco antes de concluir la anterior parte, habíamos escuchado desde Is 53,4s una referencia al Buen Pastor y a las ovejas. Pero ahora se va a producir un giro importante que va a dar, de entrada, el tono a la sección central del oratorio. El que cargaba con las ovejas es el Cordero que quita el pecado del mundo y también el Siervo, pues en arameo tanto cordero como siervo se dicen con la misma palabra. Así pues, Jesús es presentado como quien cumple las palabras de Isaías sobre el Siervo sufriente (Is 52,13-53,12) que, aun siendo inocente, carga sobre sí los pecados de la multitud y se ofrece como cordero en expiación. Por otra parte, es también el cordero que ocupa el lugar de Israel en el sacrificio (Gn 22,13) y el cordero del sacrificio de la Pascua, de la celebración de la liberación de Egipto (Ex 12,1-28). Como cumplimiento de las promesas, lo celebra el cristiano que tiene a Cristo como Pascua inmolada (1Cor 5,7) y es también una imagen de esperanza que remite al Cordero apocalíptico, a la liberación y victoria finales (Ap 5,6.12). En el gesto del Bautista, todo el Antiguo Testamento está mirando a Jesús y todo él se convierte en una invitación a seguirle a Él. S. Pablo nos dirá que para unirnos a la Pascua de ese Cordero/Siervo, tenemos que quitarnos la levadura vieja para ser una masa nueva, pues la vocación del cristiano es ser pan ácimo en la celebración pascual (cf. 1Cor 5,7).