El libro de las Confesiones de S. Agustín, hoy como ayer, se presta a ser un precioso y preciso referente para cualquier joven contemporáneo. El leer este libro donde el joven Agustín desnuda su alma con las peripecias, pasiones y sentimientos propios de esta edad, servirá a muchos jóvenes, a verse retratados en sus páginas.
A modo de ejemplo, extracto literalmente uno de los párrafos más significativos de su autobiografía, que he anticipado con el título que precede.
“Llegué a Cartago, y a mi alrededor chirriaba por doquier aquella sartén de amores depravados. (…) Amar y ser amado era para mí una dulce ocupación, sobre todo si lograba disfrutar del cuerpo de la persona amada. Lo que hacía, pues, era mancillar el manantial de la amistad con las impurezas de la pasión y empañar su tersura con las corrientes infernales de mi pasión carnal. Caí también en las redes del amor, que era mi trampa favorita. Dios mío y misericordia mía, ¡qué bueno fuiste al rociar de tanta hiel aquella suavidad¡ Porque mi amor fue correspondido y llegué a disfrutar de un enlace secreto, y contento me iba atando con sus lazos angustiosos, para luego caer bajo las varas de hierro candente de los celos, las sospechas, los temores y las riñas” (Libro III,cap.1, nº1).
He aquí un pequeño aperitivo, para que algún joven se anime a leer este libro de las Confesiones y llegar, con la gracia de Dios, a enderezar su vida como el autor del libro de las Confesiones agustinianas.
MIGUEL RIVILLA SAN MARTIN