El testimonio de Marta era tan estremecedor como el de cualquiera que lo haya vivido pero, para mí, conocerla supuso un paso de gigante en algo a lo que yo de manera inconsciente me había negado durante años: a pasar el duelo por la pérdida de mi segundo hijo. Ella me ayudó. Su fuerza interior, su jovialidad y su fortaleza me pusieron de manifiesto que tenía que hacerlo. Y un día, tomando café, me dijo: "Lo primero hay que hacer es ponerle nombre, ¿cómo le vas a llamar?". Sin apenas pensarlo le dije "Julia". "¡Ah, eliges niña! Muy bien, a partir de ahora tienes que hablar con ella, decirle que la quieres y la echas de menos". Me recorrió un escalofrío por el cuerpo y durante unos días no podía dejar de pensar por qué había elegido ese nombre, cómo iba a hablar con ella y qué le iba a decir. Le hice caso y desde lo más profundo de mi corazón empecé a hablar con ella: hoy tengo la certeza de que mi angelito está en el Cielo y que me acompaña y se encarga de decirle a Dios que me proteja. ¡Gracias Marta!