Más allá de nuestras mezquindades, exclusivismos y relativismos, Cristo se nos ofrece como símbolo de unidad. Él es la Puerta que permite que nos unamos en una única dirección. Si queremos entrar por la Puerta, nuestras visiones personales quedan relegadas a estéticas secundarias. Pasar por la Puerta implica negarnos a nosotros mismos y aceptar caminar juntos.
«En verdad os digo: Yo soy la puerta de las ovejas.» Jesús acaba de abrir la puerta que antes estaba cerrada. Él mismo es esta puerta. Reconozcámosle, entremos, y alegrémonos de haber entrado.
«Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos»...; hay que comprender: «Esos que han venido aparte de mí.» Los profetas llegaron antes de su venida; ¿eran acaso ladrones y bandidos? De ninguna manera, pues ellos no vinieron aparte de Cristo; estaban con él. Él mismo les había enviado como mensajeros, guardando en sus manos el corazón de sus enviados... «Yo soy el camino, la verdad y la vida» dice Jesús (Jn 14, 6). Si “Él es la verdad”, esos que estaban en la verdad, estaban con Él. Por el contrario, esos que vinieron aparte de él son unos ladrones y unos bandidos, porque no vinieron más que para saquear y hacer morir. «A esos tales, las ovejas no los han escuchado» dice Jesús...
Pero los justos habían creído que él iba a venir, tal como nosotros creemos que ya ha venido. Los tiempos han cambiado, la fe es la misma. Una misma fe es la que une a los que creyeron que él iba a venir, con los que creen que él ya ha venido. Nosotros vemos que a pesar de ser en épocas diferentes, todos entran por la única puerta de la fe, es decir, por Cristo... Sí, todos esos que en tiempos de Abrahán, de Isaac, de Jacob, o de Moisés o de los demás patriarcas o de los profetas, creyeron que anunciaban a Cristo, esos eran ya de sus ovejas. A través de todos ellos escucharon a Cristo mismo, no una voz extraña, sino su propia voz (San Agustín, Tratado sobre el evangelio de San Juan, 45)
Cristo decía de sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6). ¿A dónde podemos llegar si cada cual toma su camino, cada cual adecua su fe a sus circunstancias, cada cual antepone su realidad personal a la Verdad y su vitalidad a la Vida?
Hoy en día nos quieren hacer creer que la fe se va descubriendo gradualmente, lo que conlleva aceptar que la fe de las personas del siglo I era inferior a la del siglo XXI. El Espíritu Santo, que iluminó a los Apóstoles en Pentecostés, deja de tener sentido. Tendríamos que aceptar que la fe de los Apóstoles, aún habiendo visto y oído a Cristo, no puede compararse a la que “algunos” tienen hoy en día. Es evidente que detrás está el enemigo.
Hay que darse cuenta que el Espíritu Santo es generador de unidad, no de diversidad. El Espíritu Santo nos permite entendernos aunque nuestros carismas y dones sean diferentes. La situación actual de la Iglesia está más cerca de la Torre de Babel, que del discurso de Kerigma de Pentecostés. Cuando el Espíritu habla, todos entendemos lo que nos dice, ya que las lenguas, estéticas, ideologías y cotos cerrados, dejan de tener sentido.
Como seres humanos, sabemos que con el tiempo las diferencias tienden a asentarse y nos acostumbramos a ellas. Con el tiempo, los conflictos se enquistan al tiempo que aprendemos a vivir sin contar con una parte de la Iglesia. El tiempo nunca arregla nada, tan sólo nos permite acomodarnos a nuestras limitaciones, errores y pecados. Hay que tener cuidado cuando nos hablan de dejar pasar el tiempo, porque el tiempo nos separa y consolida los muros que nos separan.
Podemos fijarnos en las divisiones que ha sufrido la Iglesia. ¿El tiempo nos ha unido o tan solamente nos ha permitido encontrar una posición de indiferencia y desafecto?
¿Quiere decir esto que hay que atacar y destrozar lo antes posible? No, esa es la alternativa que el enemigo nos susurra al oído, para que aceptemos la solución de la lejanía y el desafecto. No se trata de atacarnos y destrozarnos, sino de ser conscientes de la realidad de la Iglesia y buscar a Cristo para que, a través suya, podamos llegar al Padre.
La Iglesia actual padece un olvido progresivo de Cristo, que resulta demasiado antiguo para muchos de nosotros. Sin Puerta, el Camino deja de tener sentido, la Verdad deja de ser un referente y la Vida, algo que soportar mientras dure.