¿Puede la Iglesia mostrar el pecado a alguien? Ante la visión actual de que hay que bendecir todo y el revuelo que se forma si un sacerdote defiende la moral católica, me parece fundamental acudir a Jesús para iluminar esto. Cristo no es un libertino que da todo por bueno.
Cristo no solo nos da enseñanzas: obrando Él enseña a vivir a nosotros. Hay un Evangelio muy revelador que nos cuenta San Juan en el capítulo 4. Jesús se acerca a un pozo en el que una mujer samaritana está tomando agua. La historia comienza diciendo: “tenía que pasar por allí”. En realidad este no era el camino más corto para ir de Judea a Galilea. Si Jesús pasa por allí es por amor a ella. Y para enseñarnos a nosotros un modo de obrar. Esta claro que el eslogan de “la libertad es hacer lo que quieras mientras no dañes a nadie” no va con Él. Cristo la quiere enamorar de Dios y la salvarla del pecado, que es lo que de verdad no nos deja vivir.
Allí, junto al pozo, la mujer sedienta, no de agua, va a conocer a Cristo, que también está sediento: Dios tiene sed de nosotros y de nuestro amor. Ella al principio no entenderá nada: “¿Cómo que este quiere darme un agua que no me hará pasar sed nunca más? Pero si no tiene ni cubo para sacarla de aquí”.
Jesús le habla con caridad, claridad, verdad y firmeza, cuatro cosas que no suelen hoy emplearse juntas, en esto también quiere enseñarnos algo. Le habla acerca de que existe un amor muy grande que nunca más la hará estar sedienta. Entonces su visión cambia: “Señor, dame de esa agua, así nunca tendré sed”. Jesús ha tocado su corazón, la ha cautivado, la ha mostrado cómo es el corazón de Dios, la ha enamorado.
Pero eso no basta. No vale decir: “como Dios que es amor me quiere todo vale, puedo amar de cualquier manera”. Jesús lo sabe: los pecados de la afectividad te destrozan el alma. Por eso lo siguiente que hace es que le abre la herida de su pecado para sanarla: “has tenido ya cinco maridos, y el de ahora no lo es”. Escuchar eso debió doler. Es duro cuando alguien nos descubre los pecados propios. Pero es bueno porque es parte del camino de conversión. Y no olvides que primero le ha enseñado lo mucho que Dios la ama. Si Jesús le dice su pecado es para sanarla. Lleva una vida entera de afectos usados, ¿cómo estaría esta Samaritana por dentro?
Otra enseñanza importante que hay aquí: el mal que hace el pecado solo se puede entender desde el amor de Dios. La gente no entiende el daño que hace por lo que rompe si no conoce el valor de lo que rompe. Eso si, las consecuencias del pecado las sufren en carne propia. Pero se resignan y piensan "al final la vida es esto", "a vivir que son dos días".
El corazón está hecho para ser esponsal: para la entrega mutua y la fecundidad. Está hecho en la complementariedad del hombre y la mujer, para un compromiso estable y para siempre. Lo que se sale de ahí es agua mala de pozo, va haciendo daño. Lo contrario de amar es utilizar, decía el gran Santo Juan Pablo II, porque amar es entregarse en cuerpo, mente y afecto para el bien del otro mientras que utilizas es aprovecharse del otro para satisfacer el ego.
Ilusamente algunos dicen desde casa: “déjales, ¡qué más da!, si se quieren”. ¿Les van a ayudar luego? Jesús se desvía muchos kilómetros para mostrar el amor verdadero a esta mujer y salvarla de su vida amarga. Piénsalo bien antes de decir que un sacerdote, o la propia Iglesia, no debe hablar de moral. La paz.