En el próximo tema vocacional pensaba tratar sobre la vocación al matrimonio. Pero me ha parecido mejor hablar sobre la Pascua ya que estamos en los días de su celebración. Cualquier fiesta que celebramos nos debe llevar a su vivencia. De lo contrario, las fiestas quedan vacías de contenido.
De manera especial debemos implicarnos en la vivencia de la Pascua. Es nuestra gran fiesta. Se celebra en ella la reconciliación de los hombres con nuestro Padre Dios, reconciliación que se realiza por medio del derramamiento de la sangre de Cristo. Jamás comprenderemos el inmenso amor que Dios manifestó al hombre en la Pascua.
No sería noble por nuestra parte mirar desde fuera el sacrificio de Cristo en la cruz, es decir, mirarlo como si no tuviera nada que ver con nosotros. Y es que siempre que alguien nos ama y nos demuestra su amor, no podemos estar al margen. Hemos sido creados para el amor y debemos amar cuando nos sentimos amados.
Si la Pascua es la gran fiesta del amor de Dios al hombre, debe ser la gran fiesta de nuestra correspondencia al amor. ¿Cómo? Amando también a Dios. Y esa comunión de amor es lo que expresamos en la celebración de la Pascua tanto cuando celebramos la eucaristía, como cada año en la celebración pascual.
Lo que yo me pregunto es si los jóvenes estáis en línea viviendo esta celebración. ¿Por qué lo digo? Porque no está en línea quien ve que el Señor le llama para una tarea concreta dentro de la realización de la Pascua de amor, y no se decide a responder con su amor, al amor pascual de Cristo.
Puesto que Cristo, en su compromiso de amor al hombre, ha dado su vida por todos los hombres, no es lógico que si le pide a un joven que también la dé junto con él, el joven no se atreva a dar el paso definitivo diciéndole a Cristo: Aquí me tienes; cuenta conmigo para lo que quieras. No es de amigos negarse a responder al amor.
Por otra parte, cuando alguien se decide a dar su vida a Cristo, la encuentra de nuevo. Es aquello de que “quien pierde su vida por mí, la encontrará”. La encontró Cristo en su resurrección después de ofrecérsela al Padre por nosotros, y la encuentran todos los jóvenes que se deciden a perderla por Cristo. Es cuando la Pascua adquiere la otra dimensión, la de banquete, la de fiesta, la de comunión en el gozo del amor.
Sed generosos, jóvenes. Dejaos llevar por el amor. No tengáis miedo. Que vuestra vida sea una verdadera Pascua; primero, con la ofrenda de vuestra vida, y después, con la vivencia de la comunión en el amor. Sed felices dándole a Cristo vuestro amor.
José Gea
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