No sabía yo que Sor Citroën, tras atravesar el dos caballos en la M-50, había pasado a cuchillo a los pasajeros del autobús Madrid-Alcorcón que no se sabían santiguar. Lo digo porque el conspicuo diputado socialista Diego López Garrido ha enmarcado la matanza de estudiantes cristianos en Kenia a manos de yihadistas en el epígrafe guerra de religiones. Hay que aclarar que si este progresista de libro equipara el kalashnikov con el crucifijo no es para redimir al fúsil, sino para denigrar al madero.
Es decir, cuando mezcla la persecución con el conflicto lo que intenta es resaltar que él también es víctima, pero lo que logra es aclarar que la ideología le impide ver la diferencia entre muerte y resurrección. Es posible que considere que, como eslogan, Dios es amor está por debajo de Yo con Susana, pero lo cierto es que el cristianismo se expande desde la paz. De ahí  que vincular la masacre universitaria a la guerra de religiones sea como enmarcar en la guerra del petróleo el atraco a una gasolinera.