Una persona del siglo XII no entendería que conlleva la difamación en una red social, de las que solemos utilizar. No comprendería que difamar es “matar” mediáticamente a la persona. Una persona que viva en una ciudad gran ciudad actualmente, tampoco comprende las severas indicaciones morales que se hacían necesarias en las pequeñas comunidades del medievo. No entendería el peligro de escándalo que existía en esas micro-sociedades cerradas.
En el siglo X pocas personas sabían leer o escribir. Para esas personas, tener todas las obras de los Padres de la Iglesia a la distancia de pulsar unas pocas teclas, era cosa de magia o un milagro imposible. Hoy en día tenemos todas estas obras y millones más, tan cerca que es incomprensible que las ignoremos como si no existieran. En el siglo X, despreciar este torrente de sabiduría hubiera sido considerado un verdadero pecado.
¿Cómo trasladar a los católicos “normales” la necesidad de saber, comprender y discernir. No es sencillo:
Por eso, la Tradición no es un tema sencillo: dinamismo de lo que no cambia y que atraviesa los tiempos, los estratos de la sociedad, las formas de comunicación para llegar como «depósito vivo» a la persona dentro de una comunidad. Bastaría con tener en cuenta el vínculo de la Tradición con la vida cristiana y con la verdad del mensaje de Cristo para estar más atentos a su complejidad: ni la vida, ni la verdad son conceptos neutros, sino «conquistas». Para una fe cristiana viva, la evangelización no puede quedarse en la exposición correcta de la revelación, ni puede contentarse tampoco en hacer llegar a los destinatarios el anuncio de un conocimiento puntual de los dogmas: «es necesario participar, haber vivido lo que se aprende, renovar constantemente este conocimiento porque la vida es exigente y no es la doctrina muerta de los manuales la que la puede contentar [...]. La vía del pensamiento cristiano no es sólo la Verdad que se eleva por encima de cualquier conflicto entre las opiniones humanas. La vía del pensamiento cristiano es la vida, y quien dice vida dice lucha». (Michelina Tenace. Teología de la Evangelización desde la Belleza. III, 4)
Saber nos ayuda a nos desviar nuestro paso en el camino de la vida. Pero vivir la vida conlleva más que conocimiento y su aplicación estática. Necesitamos discernimiento para ver más allá de las apariencias y las superficialidades. La conversión nos lleva a dar testimonio vivo de nuestra fe, no sólo enunciados de reglas, formas y estéticas. Quedarnos en el nivel estético no deja de ser una forma de marketing religioso. Un marketing que nos llama por lo que se ve y nos ofrecen. La conversión no puede ser nunca una elección estética o formal. Lo digo pensando en las trifulcas que cada cierto tiempo tenemos en torno a la Liturgia. No se trata de elegir la Liturgia que nos venden como más divertida, más étnica, más barroca, etc. Estos no deberían ser los parámetros que nos guiaran, por muy postmodernos y bien vistos que sean.
Es cierto que la Verdad “se eleva por encima de cualquier conflicto entre las opiniones humanas” y que la Verdad es Cristo mismo. Pero la Verdad que no se encarna, vive entre nosotros, da su vida y resucita en cada uno de nosotros, no deja de ser un mito, una bella historia que contamos o una serie de costumbres y apariencias. La Verdad se hace vida a través de cada uno de nosotros y necesita de un corazón palpitante que conoce, siente y actúa coherentemente. Un corazón que busque la oración y el compromiso, al mismo tiempo que la verdadera Tradición, Doctrina y Magisterio. Aquí no vale decir que lo mejor es X, Y o Z, olvidando que una mesa sólo se mantiene en pié cuando cuenta con todas sus patas. Si falta una, todo se cae tarde o temprano.
La “evangelización no puede quedarse en la exposición correcta de la revelación, ni puede contentarse tampoco en hacer llegar a los destinatarios el anuncio de un conocimiento puntual de los dogmas”. Tampoco puede quedarse en voluntarismos filantrópicos, piedades costumbristas o actividades de marketing religioso. Cualquier testimonio parcial, sesgado o limitado, hace evidente que necesitamos el Agua Viva que nos permite nacer de nuevo tras la Pascua.