Dentro de la función del liderazgo, la capacidad de controlar las emociones y los estados de ánimo, se revela, a la larga, como una de las más importantes: es lo que comúnmente se llama “dominio de sí”.
La personalidad de cada uno influye de manera bastante evidente en la manera de comportarse, pero no se trata de un factor determinante en el éxito o fracaso de un líder. Pero esa capacidad de ir en contra de lo que un momento determinado nos apetece más constituye un elemento fundamental en alguien que está llamado a impulsar a los demás. En una ocasión le preguntaban al mítico jugador y entrenador de fútbol Alfredo DiStefano por el terreno más adecuado para jugar un partido con la Selección Nacional. El respondió sonriendo, con su característico acento porteño, algo así: “No hay terreno ideal para un jugador de la Selección: bueno, embarrado, seco… si estás en la Selección todo eso da igual: tienes que jugar bien en cualquier sitio, por eso estás ahí”.
Con un líder pasa igual. Hay veces que estás muy cansado, o triste. Tal vez te sientas tentado. Puedes sentir ansiedad. Puedes tener dudas sobre el ministerio o problemas en tu matrimonio, y, aún así tienes que, pongamos por caso, dirigir una reunión. Pagarías por no ir, pero, de todas formas acudes y lo haces. Lo haces por responsabilidad, por amor (¡aunque no lo sientas en absoluto!) por los demás. Lo haces, sobre todo, por Jesús, que en Getsemaní hubiera deseado marcharse, huir de la muerte y el horror, pero por amor a ti, se quedó y sufrió la Pasión y la muerte. No hace falta ponerse “místicos”, pero es la verdad: por eso estamos aquí.
“No me dejaré dominar por nada” (1 Cor 4,12). Es curioso contemplar hoy en día cómo se valora la libertad individual ante cualquier norma o influencia exterior… Pero luego resulta que las personas son cada vez más esclavas de sus impulsos, necesidades y deseos. Cuando se aspira a impactar en las vidas de otros es fundamental haber conquistado dicha libertad interior. Hay quienes han sido educados en ese sentido, otros, sin embargo, no. Pero todos tenemos que practicar ese “fitness”, que ayuda a controlar los impulsos. El que sabe negarse a sí mismo en las pequeñas cosas, aún en las que son lícitas y no están mal, se prepara para poder dominarse en las tentaciones grandes.
Mucha gente piensa que los líderes espirituales de cierta fama, son gente “que no pisa el suelo”, que “están por encima” de lo que experimentamos el común de los mortales. Nada más falso. La Palabra nos advierte claramente: “el que esté seguro mire no caiga” (1 Cor 10,12). Por desgracia, en los últimos tiempos hemos asistido a la caída de personajes religiosos muy importantes en medio de grandes escándalos y por cosas tan básicas y humanas, como el sexo o el dinero. Estos ejemplos tienen que ayudarnos en la práctica del autocontrol y la transparencia.
El dominio de sí resulta fundamental a la hora de enfrentar situaciones conflictivas: el que dirige siempre atraerá sobre sí sentimientos negativos, aunque no tenga ninguna culpa (¡de no ser así debe cuestionarse seriamente su función (Lc 6,26)!). Por eso es importante controlar la ira y la propia agresividad cuando nos sentimos atacados por las palabras o actitudes de otras personas, y nunca “aceptar” entrar en una conflictividad de tipo personal: un líder nunca debe “perder los papeles”. Por otro lado, debe evitar caer en el extremo contrario, es decir, en el de no confrontar a alguien que lo necesita por evitar que surja ningún tipo de conflicto (Ez 3,19). La ira y la timidez excesiva pueden ser pecaminosas porque, en sus extremos respectivos, ambas impiden que la verdad resplandezca.
Ten en cuenta que la práctica fundamental del dominio de sí estriba en conocer cómo eres: hay quién cae sin saber por qué, debido a que vive una relación falsa consigo mismo. No puedes controlar lo que desconoces, por eso es preciso que trabajes tu interioridad con un acompañante, con otros hermanos, incluso con un terapeuta, para que tu "yo real" y tu "yo ideal" estén lo más cercanos posible.
Y no olvides que el autocontrol no significa un "aplastamiento" de tus impulsos, sino una "reconducción". No consiste en negar lo que está ahí, sino en reconocerlo y aceptarlo: puedes decir a tu ira, a tu miedo, a tu pasión por algo o alguien: "sí, sé que estás ahí: formas parte de mí, pero no voy a permitir que me domines, que me obligues a hacer lo que en realidad no deseo hacer, a ir a donde no quiero..."
Si aprendes a dominarte, en todos los sentidos, crecerás.
Y la luz de Dios que brilla en ti, lo hará con mayor esplendor.