No tienen muchos de ellos más allá del bachillerato, pero habrá que reconocerles una habilidad innata para el pequeño ardid. Todo comienza con una agresión gratuita y desleal, la de una comunidad, Cataluña en este caso, que arroga para sí el derecho de hablar con el Estado de tú a tú, y por encima y al margen de las otras dieciséis.
Acto seguido una exigencia, la creación de un fondo para las comunidades en el que lo importante es que su reparto sea manifiestamente inicuo, y escenifique con claridad un vencedor, Cataluña, y dieciséis derrotados, los demás.
El tercer movimiento consiste en la paciente espera de que, por fin, alguno de los derrotados se queje. Cuando, como es inevitable, ello ocurre, el cuarto movimiento consiste en acusar a ese alguien, y por extensión a los demás perjudicados del reparto, de odio insuperable hacia el que mejor parado salió del mismo, presentando la justa queja como parte de una campaña orquestada y fruto de la aversión a Cataluña.
Quinto movimiento, proporcionar al proceso un nombre adecuado: "catalonofobia" es el elegido.
Sexto movimiento, incorporación de la afrenta a las muchas “conseguidas” -la bien reciente de la lengua por ejemplo- mediante idéntico procedimiento.
Y séptimo y último, vertido de la misma al fuego que alimenta las nuevas reivindicaciones y, notablemente, la que ha de constituir la madre de todas ellas, la independencia.
¿Resultado? El reparto, sancionado por el Gobierno español, nos presenta una región, Cataluña, que después de salir tan injusta como notoriamente beneficiada del mismo, -se lleva bastante más de un tercio del entero fondo y deja que las otras dieciséis se repartan los escasos dos tercios restantes-, aun encima se presenta ante la opinión pública como su víctima, lo que según se argumentará, no le deja otra salida que la ruptura.
¿No es de libro, señores? No lo sería si un solo político de este país desenmascarara la argucia, que a los ojos de todos está. Pero cada uno a lo suyo, -los unos a mantener el poder, los otros a heredarlo, todos ellos doblegados ante Cataluña y sus gobernantes-, a los aprendices de estrategas sin bachillerato no se les sube a las barbas ni la madre que los parió. Y Cataluña un pasito más cerca de la secesión. Eso sí, no sin antes esquilmar la vaca-madre para que salga barata, que al fin y al cabo... ¡paga España!