«Muchos jóvenes no saben lo que es EpC. No entienden por qué no entramos en clase, aunque lo respetan. Creen que es lo que sustituye a Religión, pero no tienen ni idea de lo que intentan hacer con ellos. El Gobierno está metiendo política en los institutos y eso es muy grave, y a muchos los van a convencer, por culpa del pasotismo de los jóvenes». Esto no lo dice el Presidente de ninguna plataforma de padres, ni un profesor, ni tampoco un líder político. Lo dice Javier, un estudiante de 19 años que encabeza el grupo de Jóvenes por la Objeción, desde el I Encuentro de Objetores de 2008. A su lado, José Manuel asiente con la mirada perdida en sus pensamientos. A sus 16 años, es uno de los dos únicos alumnos objetores de su colegio, en Santander. Y eso que, por estar ya en primero de Bachillerato, se está jugando la nota media para acceder a una carrera. «Yo no entro en clase porque va contra lo que pienso, contra lo que me han enseñado en casa y lo que me parece elemental. No me asusta que no me dé la nota para la carrera. Si no lo consigo, ya encontraré una solución, pero lo que no quiero es que nadie intente adoctrinarme», explica con tranquilidad. A escasos metros, un par de chicas adolescentes llevan en sus manos un cartel contra EpC, de los que pulularon por cientos en el II Encuentro de Objetores. «Somos jóvenes, pero no tontas. Y no nos gusta que el Gobierno nos diga lo que tenemos que pensar y cómo tenemos que enfrentarnos a la vida. Para eso ya están mis padres, que además respetan mi libertad más que nadie», comenta una de ellas. De fondo, se escuchan los gritos de los más pequeños, que participan en el Miniencuentro de Objetores: chavales que no levantan dos palmos del suelo y que, aunque algunos no tienen que cursar EpC, ya han presentado su objeción. Ellos, los alumnos, los hijos de padres objetores, son los auténticos protagonistas de la Generación Objeción. Esos de los que Jaime Urcelay, Presidente de Profesionales por la Ética, siempre dice que «son los que van a salvar España de los malos políticos». Y sólo hace falta escucharlos para darse cuenta de que es verdad: «No me gusta que me digan lo que tengo que pensar. Mis padres me proponen las cosas, pero no me hacen un examen para ver si pienso como ellos. Voy con ellos a misa porque me gusta, no porque me lo impongan; y me gustan las chicas porque me gustan, no porque me digan que tienen que gustarme. Yo no sé quién ha puesto EpC en mi colegio, pero no pienso entrar hasta que la cambien y dejen de examinarme por lo que pienso, en vez de por lo que sé». Lo dice Pablo. Tiene 13 años. José Antonio Méndez (Texto y foto publicados en Alfa y Omega)