En defensa del Estatuto de Cataluña el ministro de justicia Sr. Caamaño ha declarado que “lleva aplicándose dos años y pico largos y no ha pasado nada excepcional” ni ha “habido consecuencias tan dramáticas como algunos nos han querido vender”. El argumento del Sr. Caamaño no es novedoso, y bien al contrario, forma parte del más repetitivo y rancio argumentario de la izquierda española.

            Al Sr. Caamaño y a los que piensan como él habría que preguntarles: ¿qué es lo que tendría que ocurrir para que Vds. aceptaran que “algo ha pasado en Cataluña”? El propio Sr. Caamaño se adorna con un ejemplo y así, añade que, v.gr., la unidad de mercado sigue incólume. Me pregunto si el Sr. Caamaño es consciente de que de haberse producido tan catastrófico efecto como aquél con el que especula, Cataluña no sólo habría proclamado de facto su independencia de España, sino que habría dado un paso de gigante hacia el medioevo, cuando la península estaba infestada de aduanas interiores y, ni que decir tiene, se habría excluído unilateralmente de la Unión Europea, cuyo primer objetivo, culminado por cierto hace ya varios decenios, no fue otro que la unidad de mercado, y no a nivel nacional, sino continental.

            Esotéricos ejemplos al margen, parece recomendable recordar al Sr. Caamaño todas las tropelías que se han sucedido en Cataluña en los casi seis años transcurridos desde que en noviembre de 2003 el Sr. Zapatero abriera el melón estatutario con aquella irresponsable declaración realizada ante el entonces Presidente de la Generalitat el Sr. Maragall, según la cual, aprobaría en las Cortes cualquier estatuto que viniera del Parlamento catalán. Un estatuto que, dicho sea de paso, acabaría apoyando en el referendum de 15 de junio de 2006 un pobrísimo 36,5% del electorado catalán, lo que lo sitúa entre los más impopulares de cuantos rigen en España.

            Pues bien, recién iniciado el proceso y a modo de aperitivo, el 3 de enero de 2004 el Sr. Carod se entrevistaba con dirigentes etarras en Perpignan, entrevista de la que salió la repugnante declaración que convertía a Cataluña en territorio neutral en el que la ETA se comprometía a no atentar.

            El episodio fue seguido, en octubre, por la constitución, al margen de la federación española, de la selección nacional catalana de hockey. Y luego, en noviembre, de la declaración de Carod contra la candidatura madrileña a los Juegos Olímpicos. Apenas unos meses después, el 21 de mayo de 2005, vino la gamberrada de la corona de espinas en Tierra Santa. Y con ella, la retirada de la bandera española, forzada por el Sr. Carod, de una ofrenda floral de la Embajada española en Israel para Isaac Rabin. (continuará)


 

 
 
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