Cuando me acerqué a la mesa, me sumé al flujo de la conversación:
- …y de veras que me dio miedo – estaba diciendo Alfonso –. Esta imagen de apertura se está entendiendo mal por parte de mucha gente, que empieza a pensar que el Evangelio no tiene nada que decir para el hombre de hoy. De verdad, me dio miedo cuando todos empezaron a decir: “ya era hora de que la Iglesia se abriera, ¿qué tiene de malo? Al fin y al cabo, el tiempo ha cambiado”… ya sabes, los típicos comentarios.
- Esos comentarios siempre los ha habido – decía Pedro –, ya lo sabes. Siempre ha habido quienes han preferido adaptar el Evangelio a sus vidas que adaptar sus vidas al Evangelio. Esa mediocridad nos tienta a todos, Alfonso. Y según lo que estés dispuesto a vivir, interpretarás una cosa u otra del Evangelio.
- Ya lo sé – replicó Alfonso –, pero el problema es que ahora justifican esas actitudes apoyados en la imagen que se está dando de una Iglesia aperturista, como si realmente estuviera cambiando la doctrina de la Iglesia. Eso es lo que me preocupa, que los que dicen eso ahora, pretenden apoyarse en la propia Iglesia.
- Pero esa imagen de la Iglesia en la que pretenden apoyarse, es la imagen que están proyectando los medios, la que los telediarios o las redes sociales están mostrando con sus titulares a medias y sus supuestos, que no hacen justicia a la realidad. La Iglesia no puede ir contra el Evangelio, y hay muchas cosas que no puede cambiar. Y todos somos conscientes de eso.
Pedro hablaba con esa tranquilidad que le hacía parecer 50 años mayor. El café se había quedado frío en sus tazas. Alfonso torció el gesto contrariado, con una expresión de “no me convence”. Irrumpí en la conversación, con mi habitual descaro.
- ¡Vaya, parece que toca tema candente! Hoy mismo he leído un artículo que hablaba del cambio de lenguaje que se ha dado en la Iglesia – saqué el recorte de periódico, que había guardado para comentarlo en mi blog, y comencé a leer –: “Este nuevo lenguaje pone el acento en la misericordia, y no en el Dios justiciero del Antiguo Testamento; es un lenguaje que no juzga, que no condena, en contraste con los severos juicios que hace apenas unos años podíamos oír; es un lenguaje fresco, más agradable al hombre de hoy, donde la palabra recurrente, casi el estribillo, es «pobre»”.
Alfonso iba animándose según me oía, y señalando a Pedro, como diciéndole: ¿Lo ves…?
- Justamente eso lo dice un medio que no es precisamente de la Iglesia – Pedro hablaba con su parsimonia habitual, mirando la lluvia por la ventana, como distraído –, y refleja exactamente lo que yo he dicho: eso es lo que quieren que creamos, pero no es la verdad. El lenguaje de la Iglesia siempre ha sido de misericordia, y la Iglesia siempre ha estado con los pobres. El otro día hablaba con un compañero que lleva toda su vida ayudando a prostitutas y a drogadictos, y a quien le sentaba muy mal que los medios hicieran ver que sólo ahora la Iglesia se está preocupando de los pobres.
- Eso es así – interrumpí –, la Iglesia ha sido siempre la más empeñada en la pobreza, la que más dinero y recursos ha dedicado a los necesitados, la que estaba donde nadie quería llegar, antes de que nadie llegara: cárceles, drogas, prostitución… Es una estupidez pensar que la Iglesia está empezando a hacer eso ahora.
- ¡Pero están consiguiendo que mucha gente lo piense! – Alfonso tenía pequeños estallidos de desesperación de cuando en cuando –. La sensación general es de que la Iglesia estuviera despertando de un letargo de siglos, y de que todo lo que se hacía o decía antes no valía. Y la confusión de los medios respecto al lenguaje, hace pensar casi en una refundación de la Iglesia.
Pedro y yo empezamos a carcajearnos. Alfonso era muy tremendista, y lo sabíamos, y aunque le tolerábamos sus exageraciones, no teníamos reparo en reírnos.
- Creo que exageras, amigo. Vamos a ver, dices que mucha gente que estaba fuera de la Iglesia ahora piensa que la Iglesia está de acuerdo con su modo de vida, ¿no?
- ¡Exacto!
- Y esa gente ahora piensa que lo que hace está bien, ¿verdad?
- Eso es.
- ¡Te equivocas! – dijo Pedro con una sonrisa –. Esas personas antes también pensaban que lo que hacían estaba bien. Se justificaban; antes era diciendo que la Iglesia estaba anticuada, ahora es diciendo que la Iglesia está de acuerdo con ellos. ¿Qué ha cambiado realmente?
Alfonso y yo nos quedamos pensativos. Pedro tenía indudablemente razón. Por fin Alfonso se atrevió a hablar.
- Lo que ha cambiado es que ahora quieren hacer ver que la Iglesia está de acuerdo con esas cosas malas. Antes la Iglesia aparecía en los medios siempre como quien estaba en contra de lo que se imponía desde la ideología común. Ahora la ponen como una aliada de esa ideología.
- Pero el verdadero testimonio que puede hacer ver lo que está bien y lo que no, es la conciencia, y no los medios – sentenció Pedro –; y la conciencia nunca podrá decirles que está bien. ¿No lo ves? Si se trata de justificarme, echaré mano de lo que me convenga, lo diga la Iglesia o no. Pero si se trata de la verdad, mi conciencia nunca me engañará, y entonces tendré que matarla.
- ¿Y la conciencia de los hombres está muerta, Pedro? – pregunté, temiendo la respuesta.
- “No está muerta; está dormida”. El Señor puede resucitar nuestra conciencia.
- Pero, ¿cómo? – preguntó Alfonso.
- A través de nosotros. Nosotros somos hijos de la Iglesia, y hemos de dar testimonio de la verdad, aunque duela. Es verdad que los medios llegan a la gente, pero ¿no hemos de llegar también nosotros? La conciencia de los hombres es nuestra aliada, porque es aliada de la verdad. El impacto que los medios están proyectando pasará; y la Iglesia seguirá, y seguirá igual, porque hay cosas que no puede cambiar. Es cierto que muchos ahora justifican sus opiniones a través de lo que los medios hacen creer que dice la Iglesia, pero es también cierto que sus vidas siguen igual, que no se han acercado a la Iglesia. Nada ha cambiado. Seguimos con la misión de ir a anunciar el Evangelio a toda la creación. La Iglesia nunca dará crédito a los coros que los medios del mundo puedan hacer a lo que interpretan que ella ha dicho. Siempre seguirá adelante, a paso firme, al ritmo de los más débiles, fijos los ojos en la Estrella, hacia la patria del cielo. Quien quiera oír, oirá.
Pedro tenía a veces momentos casi místicos. Cuando sentenciaba así, se hacía un largo silencio, nada incómodo. Conseguía que su serenidad se contagiase, y el alma hallaba paz.
“Tiene razón”, pensé yo. “En el fondo, dar crédito a lo que dicen los medios es entrar en el juego de supuestos cambios que jamás llegarán”. Me vino al corazón la hermosa frase de la carta a los Hebreos: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y siempre. ¡No os dejéis complicar por doctrinas varias y extrañas!”.