Hacía un par de semanas que el hermano Andrés Martínez nos había avisado de que el padre Gregorio Estrada había tenido un fuerte descenso debido a una infección respiratoria, que se sentía muy débil, y que había pedido la unción los enfermos. Este miércoles, al mediodía, nos llegaba la noticia de su muerte, tras una larga vida (hubiera hecho 97 años el próximo 28 de abril), de una larga vida de monje (hacía 80 que había entrado en el monasterio , después de haber pasado por la Escolanía).
Sin quererlo, ha sido para muchos maestro en muchos sentidos. El Maestro Gregorio, como le decían a los Encuentros de Canto. Maestro en el camino monástico, en Montserrat, verdadera casa de paz. Maestro en la amistad. Maestro musical. Es este maestría, hecho de manera discreta y silenciosa, desde la amabilidad y la sencillez en las formas, pero desde la firmeza y la terquedad en el fondo, lo que mucha gente de nuestras comunidades ha recibido del padre Gregorio.
Organista, campanero, profesor de música y de gregoriano en el noviciado, director del coro de monjes, musicólogo, compositor. Desde su despacho de Copias de Música (un espacio que hoy en día ya no existe), produjo cientos de fichas con los cantos de la Misa conventual, los salmos de las Vísperas, las vigilias de oración, los invitatorio de Maitines, o las Laudes cantadas de las solemnidades. El despacho donde, un día, cambiamos una máquina de escribir americana con caracteres musicales por un ordenador, y seguimos trabajando de monje medieval, pero con instrumentos del siglo XXI; donde había una montaña de papeles para cada cosa en cada rincón, también para el Libro Rojo; el despacho desde el que cada año se convocaban los Encuentros de Animadores de Canto para la Liturgia. Estos cursos, ideados por el padre Gregorio, junto con Lluís Virgili, Leo Massó y Oriol Martorell, han sido, desde 1970 (más de 40 años!), La principal formación de miles de directores de canto de las parroquias de las diócesis de habla catalana, exactamente desde Salses a Guardamar y de Fraga a Maó.
Son muchos los cantos que tenemos en nuestra memoria y que llevan la firma del padre Gregorio, aunque no seamos conscientes. Desde la sencillez de algunas de las melodías oficiales de nuestro Misal hasta la complejidad de los cánticos del tercer nocturno de los maitines de Navidad, desde algunos de los salmos que más suenan en las vísperas de Montserrat (el 109 «Oráculo del Señor a mi Señor », el 44« Un buen augurio me sale del corazón ", o la elegancia del Cántico de María de los domingos, o el de Zacarías de Laudes) hasta el atrevimiento de la" Salve Montserratina ". Desde los cantos propios y salmos responsoriales de una buena cantidad de domingos y solemnidades hasta la complicada y disonante expresividad de las estrofas del canto de ofertorio que canta la Escolanía el Domingo de Ramos.
¿Qué caracteriza a esta música? Aunque suene a broma, el padre Gregorio Estrada hacía una música conceptualmente gregoriana. Me explico: como en el gregoriano, su música se encuentra al servicio de la palabra, porque canta la Palabra de Dios; por ello, el compositor, como el iconógrafo, recluido en su secreto, meditaba la Palabra antes de extraerle esa música que ya contiene y que nos hace cantar el Dios inefable. Como en el gregoriano, la música del padre Gregorio trata de ser lo más adecuado para el momento celebrativo: los salmos, los responsorios, los cánticos, las antífonas, los himnos, los salmos responsoriales o los aleluyas, suenan a lo son, pero también, al entrar en la basílica y sentirlos, nos sitúan en la hora del día o el tiempo litúrgico que celebramos. Como en el gregoriano, en fin, la música del padre Gregorio tiene presente la comunidad a la que quiere ayudar a orar; pese a parecer difícil de aprender, de hecho lo difícil es de olvidarla una vez aprendida. Aprender un canto su requiere, eso sí, salir de la zona de confort para tomar un camino más estando, como la vida que vale la pena ser vivida, la del creyendo que, incluso por caminos tenebrosos, avanza sin miedo, sabiendo que Cristo está cerca suyo.