Es sagrado todo aquello que no une y/o relaciona con Dios. Ante lo sagrado debemos reverencia, respeto y sano temor de Dios, ya que con esta actitud comunicamos a Dios nuestra predisposición a hacer su voluntad, a aceptarle en nuestro corazón. No veamos en el hecho de descalzarnos una simple ceremonia o costumbre, ya que esto conllevaría aceptar que toda cercanía con Dios es un simulacro y no una realidad profunda. Una especie de mascarada social que comunica con las demás, que es lo que realmente nos importa.
Esto se nos advirtió de forma figurada en Moisés, cuando el Señor le dijo: Descálzate, pues el sitio en que estás es tierra sagrada. ¿Hay tierra más santa que la Iglesia de Dios? Puesto que estamos en ella, descalcémonos, renunciemos a las obras de muerte. Respecto al calzado que llevamos en nuestro caminar, el mismo Señor me ofrece consuelo, pues si no hubiese estado calzado, no hubiese dicho de él, el Bautista: No soy digno de desatar la correa de sus zapatos. Obedezcamos, pues, y no se infiltre en nuestro corazón la soberbia empedernida. «Yo—dirá alguno—cumplo el Evangelio, pues camino descalzo». Bien, tú puedes, yo no. Guardemos lo que uno y otro hemos recibido; inflamémonos en la caridad, amémonos unos a otros, y de esta forma yo amo tu fortaleza y tú soportas mi debilidad. (San Agustín, Sermón CI, 7)
¿Hay tierra más sagrada que la Iglesia? Dios se hace presente entre nosotros cuando nos reunimos en Su Nombre. “Obedezcamos, pues, y no se infiltre en nuestro corazón la soberbia empedernida”. Donde toda acción debe estar impregnada de caridad y amor, no ponga yo distancia y controversia. Misericordia y justicia sólo puede donarse sin contradicción y bondad cuando proceden de Dios, porque El es todopoderoso. Lo que Dios reserva como Misterio insondable, no lo utilice yo para separar y crear polémica. Libertad y Gracia van unidas sólo si Dios las dona. No utilice yo la acción misteriosa de Dios para sentirme elegido entre los demás, porque el amor de Dios es particular y diferente para cada uno de nosotros, además de infinito e incuantificable. “Si alguno desea ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35) Si Dios ha donado a un hermano un carisma, no sea yo quien lo contraponga a otros carismas. Ruego a Dios que me permita servir de nexo de unión que potencie y reúna los diferentes talentos, que El nos ha regalado. El Señor me permita alejarme de la controversia, la polémica, la prepotencia y la soberbia.
Guardemos lo que uno y otro hemos recibido; inflamémonos en la caridad, amémonos unos a otros, y de esta forma yo amo tu fortaleza y tú soportas mi debilidad. Ruego que el Señor me permita escuchar su voz y entender que cuando estoy reunido en Su Nombre, piso tierra sagrada. Entonces me daré cuenta de que he penetrado en el misterio tremendo y fascinante que no puede ser entendido, sentido y realizado por nadie más que Dios: La Iglesia.
La Cuaresma es un tiempo idea para aceptar lo que nos dice nuestro hermano «Yo—dirá alguno—cumplo el Evangelio, pues camino descalzo». Alegrémonos por él y digamos con sinceridad: Bien, tú puedes, yo no. Soy más lento y débil. Para quitar las sandalias de la soberbia, pegadas a mis pies, sólo confío en la Gracia de Dios y en la ayuda de mis hermanos.