Los que llevamos la contraria porque llevamos la razón sabemos que trae más cuenta debatir con un palurdo que con un contumaz porque la virtud del palurdo, su ignorancia, es el defecto del contumaz. El palurdo ignora que el agua hierve al alcanzar los cien grados, por eso mete el dedo en la olla. El contumaz cree que la ebullición es el estado gaseoso de la revolución, por eso no lo saca. Si el palurdo pide convertir el reclinatorio en cama mueble es porque ignora lo bien que sienta el perdón a las rodillas. Si el contumaz cree que la adaptación laica del milagro de Caná consiste en socializar el Cáliz es porque no le entra en la cabeza que no es aconsejable repartir el vino entre los abstemios.
La izquierda contumaz, empero, sabe que el maestro cantero de la Iglesia es Dios y Jesús la piedra angular que sostiene la Catedral de Córdoba, de modo que seguiría en ella aunque Susana Díaz la convirtiera en sede de la alianza de civilizaciones. Por eso lo que le gustaría a la izquierda contumaz no es quitarle el templo al cabildo, sino los fieles. A la izquierda contumaz le encantaría que las clarisas compraran ovillos para que con punto de arroz tejiera una bandera republicana la madre superiora.