Los diversas potencias europeas que intentaron conquistar América del Norte desde el Atlántico, a saber, Holanda, Inglaterra y Francia, -no España en ningún momento, que, por otra parte, entra en contacto con esa parte del continente desde el Pacífico, no desde el Atlántico- toman pronto nota de la costumbre local del escalpelamiento, viendo en él una extraordinaria oportunidad que les resulta de lo más conveniente: la de servir para demostrar de una manera “económica” –sin tener que portar todo el cadáver, ni tan siquiera la sola cabeza que, después de todo, puede llegar a pesar hasta siete kilos- que se ha procedido a la eliminación de un enemigo que no es otro que el antiguo portador de esa cabellera. Añadiendo al mismo una nota no poco característica del nuevo escalpelamiento “a la europea”: el establecimiento de un precio por cabellera, según conviniera en cada momento. El nuevo “escalpelamiento europeo con precio” lo practicarán, como veremos, tanto los indios como los propios europeos, pero siempre en beneficio de y pagado por el colono europeo.
Según afirma Spencer Tucker en su obra “Enciclopedia de las Guerras Indias de Norteamérica, 1607–1890”, los primeros en utilizar el nuevo escalpelamiento “europeo” como arma de guerra destinada a contabilizar los indios eliminados serán los ingleses: tan pronto como en 1637, la colonia de Connecticut, fundada apenas dos años antes, ya paga a los indios mohicanos por escalpar a los indios pequot.
Los segundos serán los holandeses: en 1641, Willem Krieft, director (tal era el cargo) de la colonia de Nueva Amsterdam, que capturada después por los ingleses pasará a ser Nueva York, ofrecía premios por las cabelleras de los indios raritanos.
En 1692, en el ámbito de la Guerra del Rey Guillermo, se incorporan también los franceses.
Hanna Duston escalpela a la familia abenaki
En 1697 se produce un caso singular digno de mención, que casi parece un remedo de la bíblica Judith: se trata de la esforzada Hannah Duston, que apresada por los abenakis, mata por la noche a diez de ellos, y presenta sus cabelleras en la Asamblea General de Massachusetts, donde se le paga la tarifa correspondiente a dos hombres, dos mujeres y seis niños. Y eso que la ley había dejado de estar vigente seis meses antes.
A partir de 1675, la práctica se generaliza por todo el este norteamericano: la colonia de Nueva Inglaterra ofrece recompensas a colonos blancos y a indios narragansett durante la Guerra del Rey Felipe. Durante las guerras entre la alianza que formaban Nueva Inglaterra y los iroqueses contra Nueva Francia y los wanabakis, los escalpelamientos serán generalizados, de todo pelaje, nunca más apropiada la expresión. Tanto durante la Guerra del Rey Guillermo (1689) como durante la de la Reina Ana (1703), la colonia de Massachusetts pone precio a las cabelleras. Durante la Guerra Wabanaki-Nueva Inglaterra (1722-1725), la tarifa será de cien libras por las de los varones de más de doce años, y 50 por las de mujeres y niños. John Lovewell, convertido en el más famoso “cazador de cabelleras” (“scalp hunter”) del momento, conducirá varias expediciones cuyo objetivo no es otro que la recolección de las rentables cabelleras, convertidas en uno de los grandes tesoros del Nuevo Mundo.
En 1710, en la guerra de los colonos franceses contra indios natchez y los meskwaki, ambas partes hacen acopio de cabelleras. En la Guerra del Rey Jorge (1744-1748), el Gobernador de Massachusetts, William Shirley, pagará a los indios aliados de los ingleses por las cabelleras de los indios aliados de los franceses. En 1747 es Nueva York la que aprueba una ley que recompensa las cabelleras. Durante la Guerra del Padre Le Loutre (1740-1755) y la Guerra de los Siete Años (1756-1763), en Nueva Escocia y Acadia los franceses llegan a pagar a los indios… ¡por las cabelleras de los ingleses!
En la Guerra de la Independencia de las Trece Colonias, el gobernador británico Henry Hamilton será conocido por los revolucionarios como el “General Comprapelo” (“Hair-buyer General”), por la creencia extendida, -aunque al parecer no demostrada-, de que pagaba a los indios por las caballeras de los rebeldes. Como quiera que sea cuando es capturado, será tratado como un criminal, y no como prisionero de guerra.
Todavía se registrarán escalpelamientos –¡alucínense!- durante la Segunda Guerra Mundial, los que practicaban soldados sioux y winnebagos, alistados en el ejército estadounidense, contra algunos alemanes. Y como curiosa paradoja de la Historia, la ley con las recompensas por las cabelleras de varones micmac aprobada por el Gobernador de Nueva Escocia, Charles Lawrence, durante la Guerra de los Siete Años, técnicamente hablando –aunque gracias a Dios inactiva-, seguía aún en vigor en el año 2000.
En todo caso, -y aunque sólo sea porque ya no quedan indios que escalpelar-, a partir de la segunda mitad del s. XIX el escalpelamiento empieza a desaparecer en el este del continente norteamericano… aunque reaparecerá con fuerza en otro escenario inesperado.
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©Luis Antequera
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