Decía San Agustín que “Mas la ley no la cumple nadie, sino aquel a quien ayuda la gracia; esto es, el pan que bajó del cielo” (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 26,1). Rechazar la ley es despreciar la Gracia que nos hace cumplirla. ¿Quiénes somos nosotros para abolir la ley de Dios o adaptarla a las ideologías de cada momento? El precepto no se cumple contra nuestra voluntad, sino a favor de nuestro amor. Quien ama no le cuesta cumplir, quien se siente indiferente a algo, le cuesta todo lo relativo a ello.
Quién fue el primero en cumplir la ley? Cristo y dejó claro que su presencia estaba ligada al cumplimiento de la ley de Dios, a la que llevaría a su plenitud. Es sencillo adaptar la misericordia para que haga el papel de escusa y pensar que Dios acepta nuestra naturaleza caída como escusa para desentendernos de su Voluntad.
“No he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud”… En efecto, en aquel tiempo el Señor ejerció todo su poder para que en su persona se cumplieran todos los misterios que la Ley anunciaba refiriéndose a Él. Porque en su Pasión llevo a término todas las profecías. Cuando, según la profecía del bienaventurado David (Sl 68,22), se le ofreció una esponja empapada en vinagre para calmar su sed, la aceptó diciendo: “Todo se ha cumplido”. Después, inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Jn 19,30).
Jesús, no sólo realizó personalmente lo que había dicho, sino que llegó a confiarnos sus mandatos, para que los practicáramos. Aunque los antiguos no habían podido observar los mandamientos más elementales de la Ley (Hch 15,10), a nosotros nos prescribió de guardar los más difíciles gracias a la gracia y del poder que vienen de la cruz. (Epifanio de Bénevent, Obispo -siglos V – VI- Comentario sobre los cuatro evangelios)
Cristo cumplió la ley en sí mismo para ofrecernos el ejemplo a seguir. Se reveló contra la hipocresía y la ignorancia, pero respetó lo que la ley señalaba que debía cumplir. Ley que hoy nos parece que carecería de sentido para quien es Hijo de Dios y está por encima de las leyes.
La Cuaresma es un tiempo donde viene bien reflexionar sobre el tipo de cumplimiento que realizamos. ¿Cumplimos por amor, caridad y esperanza? A lo mejor sólo cumplimos para parecer que somos mejores que todos los demás. Nuestra oración, limosna y penitencia deberían de realizarse sin que nadie se diera cuenta de forma explícita. De otra forma seríamos como el fariseo que daba gracias a Dios por no ser como el publicano, que se escondía al final del templo para no ser visto.
La Gracia de Dios es la que nos permite cumplir y por eso es necesario solicitarla a Dios. Rogarle que nos ayude a abrir nuestro corazón a su Gracia, nuestro entendimiento a la Fe y nuestra voluntad a la Caridad.