Cuatro años exactos que se producía aquel terrible maremoto que asolaba las costas asiáticas y particularmente las del Japón, cebándose posteriormente con la central nuclear de Fukushima, y no produciendo un desastre mucho mayor gracias al comportamiento tan heroico como ejemplar de pueblo y gobierno japoneses.
En medio de toda la desgracia que el citado maremoto trajo consigo, se producía también un hecho de esos que traspasa la frontera del milagro: contra todo pronóstico, y cuando el museo del que formaba parte quedaba totalmente destruido por las aguas enfurecidas, la réplica de un galeón español de principios del s. XVII realizada en 1993 para engrosar el Museo Hiyori Yama Park en el puerto de Ishinomaki, aguantaba el embate con un coraje que no debió de ser muy diferente al del navío del que era su clon, y apenas sufría daños en uno de sus mástiles.
Se trataba de una reproducción del San Juan Bautista, un galeón construido en Japón en 1613 con las técnicas de ingeniería naval punteras en aquel momento, las españolas, terminado de construir en un plazo record de cuarenta y cinco días.
El originario San Juan Bautista, llamado Date Maru en japonés, zarparía del Japón un 28 de octubre del año 1613 con ciento ochenta personas, cuarenta de ellos hispanoportugueses y ciento cuarenta japoneses. Llevaba una misión muy especial, pues junto al fraile español Fray Sotelo que dominaba el japonés, viajaban el que puede ser considerado el primer embajador español en Japón, Sebastián Vizcaíno, que volvía a casa, y el que habría de ser el primer embajador japonés en España, el samurái Hasekura Rokuemon Tsunenaga, que visitaba Europa con la idea de cumplimentar al Rey Felipe III de España, al objeto de establecer acuerdos comerciales, y también al Papa Pablo V.
El 25 de enero de 1614, el San Juan Bautista llega a Acapulco, donde deja a sus ilustres viajeros que continuaría viaje a España por las rutas habituales, cruzando Méjico y surcando luego el Atlántico, a los que pasará a recoger un año más tarde para retornarlos a Japón, realizado lo cual, será vendido a las autoridades españolas de Filipinas.
En cuanto a sus viajeros japoneses, querrá la mala suerte que cuando ya habían cumplido con su misión europea, llamada a abrir una nueva ruta comercial entre España y Japon, se produce un vuelco en la situación política en el Imperio del Sol Naciente, y la incipiente cristianización del país es parada en seco, con lo que amén de frustrar la prometedora ruta comercial hispanonipona, produce el efecto de que algunos de sus componentes convertidos al cristianismo decidan quedarse en España. Así lo harán, y para más señas, en un pueblo muy concreto, Coria del Río, donde sus descendientes serán conocidos como “Japón”, apellido muy común aún hoy día en el pueblo, con un ilustre representante que no es otro que el árbitro de primera división Japón Sevilla.
Y con esto y poco más, les deseo a Vds. una vez más que hagan mucho bien y que no reciban menos. En esta columna me encuentran mañana como siempre, ¿me acompañan?
©L.A.
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