"Todo el mundo se quiere reír". Es cierto. En palabras de Oscar Wilde: "el mundo se ha reído de sus propias tragedias como único medio de soportarlas". La risa es una necesidad del ser humano. El hombre no puede vivir sin reír. Pero no todo el mundo es capaz de reír o de encontrar la alegría fácilmente. Los niños son un caso distinto. Ellos saben reír. Desde que nacen. No necesitan guiones trabajados, ni grandes cómicos que los interpreten. Para ellos, los mejores cómicos son sus padres, y las personas que les quieren; y no hay mejor guión que nuestra sonrisa y cercanía.
Cualquier cosa que nosotros hagamos con la intención de divertirles, normalmente, será suficiente para hacer estallar una carcajada de sus inocentes boquitas: una palmada, unos ojos muy abiertos con cara de sorpresa, escondernos detrás de una puerta y asomar lentamente la cabeza, coger un secador de pelo y lanzarles el aire desde un metro de distancia, una carcajada con los ojos muy fijos en los suyos, una pedorreta, recorrer la casa dando saltos o alguna otra tontería que no acostumbramos a hacer, ¡cosquillas!... cualquier cosa, si la hacemos nosotros, sus padres, -o sus tíos o abuelos o la vecina a la que tanto cariño le tienen- será una ocasión de alegría y diversión para ellos. Porque los niños son capaces de ver el corazón de quién intenta hacerles reír. Es eso lo que buscan. No buscan asuntos graciosos o historias divertidas. Lo que les hace reír, en realidad, es que dediquemos nuestro tiempo, nuestra atención, a eso, a hacerles reír, a hacerles felices. No importa lo que hagamos. Si queremos que rían, reirán. Aprovechemos esa inocencia, mientras son pequeños, para hacerles reír todo lo que podamos, para hacerles sentir felices y queridos.