El Centro de Investigaciones Sociológicas de España ha publicado su barómetro de febrero en el que, año tras año, analizan, entre otras cosas, la evolución del sentimiento religioso. Estos estudios sociológicos no deben ser tomados nunca como una ciencia exacta, pero sí sirven para constatar cómo evoluciona un país en un asunto como la adscripción religiosa. Al ser la misma pregunta y hacerse el muestreo entre el mismo número de personas, los resultados nos permiten saber qué está pasando sobre, en este caso, el sentimiento religioso de los españoles.
Los datos son muy curiosos. Por un lado, disminuye casi un punto al año el número de los que se declaran a sí mismos como católicos (este año la cifra es del 69,5 por 100). En esa misma proporción aumenta el número de los que se declaran ateos o agnósticos (26,5 este año), mientras que la cifra de los que pertenecen a otras religiones es estable (2,5 por 100), a pesar del elevado número de musulmanes que hay en España. Junto a esto, el número de los que van a Misa prácticamente no cambia. En 2014 fue del 23,2 por 100, mientras que en 2011 fue del 24,3. Eso significa, sobre todo, que lo que está disminuyendo es el número de católicos no practicantes; es decir que cada vez son menos los que dicen que son católicos pero que no van a Misa..
Por otro lado, es justo destacar que a pesar de la crisis moral y de los ataques a la Iglesia, un cuarto de la población española es practicante. No es lo ideal, pero es bastante. Desde luego es muchísimo más que en buena parte de Europa y también más que en muchas de las grandes ciudades latinoamericanas.
Creo que la Iglesia debe plantearse, en primer lugar, una pastoral evangelizadora de esos hijos suyos que no van a misa pero que tienen el valor de declararse públicamente católicos. Con ellos hay mucho terreno ya recorrido y es a ellos a los primeros a los que hay que evangelizar. En España al menos, un vínculo de contacto precisamente con ese sector es la religiosidad popular, pues, con frecuencia, aunque no participen en la misa sí asisten a actos de devoción, como las romerías o las peregrinaciones. Despreciar la religiosidad popular, como se ha hecho y se sigue haciendo por parte de muchos sacerdotes, es tirar piedras contra el propio tejado. El sentimiento religioso, milagrosamente y a veces a pesar del clero, ha permanecido en muchos españoles venciendo el acoso mediático, los escándalos y la presión laicista. Estos bautizados que posiblemente rezan aunque no vayan a misa y que aman a la Virgen muchas veces más que algunos curas, merecen un esfuerzo de comprensión y de proximidad. Ellos también son "periferia" y necesitan curas que huelan a oveja.
Los datos son muy curiosos. Por un lado, disminuye casi un punto al año el número de los que se declaran a sí mismos como católicos (este año la cifra es del 69,5 por 100). En esa misma proporción aumenta el número de los que se declaran ateos o agnósticos (26,5 este año), mientras que la cifra de los que pertenecen a otras religiones es estable (2,5 por 100), a pesar del elevado número de musulmanes que hay en España. Junto a esto, el número de los que van a Misa prácticamente no cambia. En 2014 fue del 23,2 por 100, mientras que en 2011 fue del 24,3. Eso significa, sobre todo, que lo que está disminuyendo es el número de católicos no practicantes; es decir que cada vez son menos los que dicen que son católicos pero que no van a Misa..
Por otro lado, es justo destacar que a pesar de la crisis moral y de los ataques a la Iglesia, un cuarto de la población española es practicante. No es lo ideal, pero es bastante. Desde luego es muchísimo más que en buena parte de Europa y también más que en muchas de las grandes ciudades latinoamericanas.
Creo que la Iglesia debe plantearse, en primer lugar, una pastoral evangelizadora de esos hijos suyos que no van a misa pero que tienen el valor de declararse públicamente católicos. Con ellos hay mucho terreno ya recorrido y es a ellos a los primeros a los que hay que evangelizar. En España al menos, un vínculo de contacto precisamente con ese sector es la religiosidad popular, pues, con frecuencia, aunque no participen en la misa sí asisten a actos de devoción, como las romerías o las peregrinaciones. Despreciar la religiosidad popular, como se ha hecho y se sigue haciendo por parte de muchos sacerdotes, es tirar piedras contra el propio tejado. El sentimiento religioso, milagrosamente y a veces a pesar del clero, ha permanecido en muchos españoles venciendo el acoso mediático, los escándalos y la presión laicista. Estos bautizados que posiblemente rezan aunque no vayan a misa y que aman a la Virgen muchas veces más que algunos curas, merecen un esfuerzo de comprensión y de proximidad. Ellos también son "periferia" y necesitan curas que huelan a oveja.