Pero el coro de los creyentes no se conforma con señalar que la causa de las heridas del Siervo no es el mal que ha causado, sino que es el ocasionado por nosotros, además confiesa que ha sido este hecho causa de salvación:

Sus cicatrices nos curaron (Is 53,5).

¿Pero de qué nos han salvado? Si solamente nos hubieran librado del mal causado, poco hubiera sido esto, porque habríamos seguido privados de la posibilidad de realizar lo único que en realidad le interesa al hombre: obedecer a Dios. Si solamente hubiéramos sido lavados de los pecados cometidos, habríamos quedado muy limpios, pero nada más que con nuestras fuerzas naturales y, por tanto, incapaces de responder a nuestra vocación. La pasión de Cristo no solamente nos libra del peso de nuestras culpas, sino que nos agracia para que podamos responder al anhelo más entrañado del hombre, su finalidad última, la divinización. Pero no nos fuerza a ello, solamente nos agracia; en nosotros está acoger el perdón y vivir conforme al don recibido. Y el coro, con el siguiente versículo del cuarto canto del Siervo de YHWH, nos devuelve a la imagen pastoril que, a su vez, nos lleva a los primeros capítulos del Génesis.

Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (Is 53,6).

Todos, con la única excepción de la Virgen, sin el Pastor, como las ovejas, andábamos dispersos, cada uno por su camino. Habíamos intentado subir al cielo, nuestra única vocación, al margen de Dios, con nuestras únicas fuerzas, construyendo una torre (cf. Gn 11). Cuando prescindimos de Él, no solamente no conseguimos saciar nuestra sed de realización, sino que incluso empeoramos nuestra situación. En vez de la comunión con Dios, lo único que nos hace felices, conseguimos la desunión y acabamos alejándonos de nuestro centro y de los demás, como los radios respecto del centro del círculo. Y Él nos unió, nos llevo de nuevo al centro, que es Él mismo, nos juntó sobre sus hombros. Porque nuestros pecados no son algo al margen de nosotros; cargar con nuestros pecados es cargar con nosotros, porque nuestras acciones nos configuran. Continuaremos.